Hace un mes realicé un taller titulado "Taller de redacción para Historiadores y Cronistas", el cual tuvo una duración de dos días y cuyo trabajo final era realizar una historia donde el principal protagonista fuera un personaje conocido (podría ser desde un prócer, artista, familia) que uno admirara y poder realizar un cuento que constara de mínimo 500 palabras y máximo 1.000 palabras.
Al mío lo titulé "Conversando con Teresa", a continuación mi cuento:
CONVERSANDO CON TERESA
Grísseld Lecuna Bavaresco
En
mis sueños de escritora quise volar al pasado para encontrarme con algún
personaje de antaño.
Hoy
me encuentro de frente con Teresa, una mujer muy avanzada para su tiempo; cuya
vida no fue precisamente feliz; aunque muy valorada como artista, pero que, en
lo personal, la sociedad venezolana le dio la espalda. Pero dejemos que sea
ella quien nos aclare y comente algo de su vida, esa vida personal que no le gusta
contar, pues prefiere hablar de sus triunfos.
—Señora
Teresa, ¿me permite tutearla?
Ella
me lanza una sutil sonrisa y asienta con la cabeza.
—
¿Me podrías decir cuál es tu nombre?, ¿Dónde y cuándo naciste?
—Yo, María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García, nací en la bella ciudad de Caracas un 22 de diciembre del año 1853 y gran admiradora de Bolívar, hombre heroico cuya alma en el cielo mora.
—Ya
que lo nombras, ¿tienes algún parentesco con Él?
—En realidad no con él; mi madre, Doña Clorinda García de Sena y Rodríguez del Toro, pertenece a la familia de María Teresa del Toro y Alaiza, esposa de Simón Bolívar.
—Ah ¡qué bien! También escuché por ahí que tu padre era muy famoso, más ahora que antes, pero muy pocos lo asocian contigo a pesar de sus apellidos.
—Cierto,
mi padre, don Manuel Antonio Carreño, es hermano de Simón Rodríguez, maestro de
Bolívar, además de músico como yo, fue escritor, autor del libro Urbanidad de
Carreño.
Y
con una mirada presuntuosa continúa:
—Ya
notarás que fui criada en un ambiente de riqueza cultural.
—Sí,
lo había intuido hace mucho tiempo. Teresa, todos sabemos de tus viajes, tus
giras y nos llenan de júbilo, estamos orgullosísimos… Pero yo quisiera conversar
contigo de otra cosa, si me lo permites.
—
Espero sea algo que pueda contar.
—Tranquila
que estoy segura que se puede, no es nada imperturbable para esta época… Pero
antes quisiera preguntarte: ¿es cierto que diste un concierto en Puerto
Cabello?
—Sí,
por el año de 1885, estuve en una tournée
por Caracas, Valencia, Villa de Cura, Maracaibo, Ciudad Bolívar y en Puerto
Cabello, en el Club Unión, así se llama, pero los porteños le dicen Club Alemán
(Gut Heil), hermoso sitio frente al mar.
—¡Okey!
Ahora hablemos de tu vida sentimental… Hablemos de hombres… ¿Te parece?
—No
me gusta hablar de eso, pero creo que saben más de mis giras que de mis amores,
sería bueno que conocieran un poco de esa faceta…. Está bien, pregúntame.
—Teresa,
¿te casaste muy joven, cierto?
—Sí, a los diecinueve años, en Londres, en 1873, con Emil Sauret, violinista, muy hábil, era todo lo que yo no era: irresponsable y débil de carácter. El 23 de marzo del siguiente año nació mi bella Emilita, y cinco meses después fallece mi padre en París; tenía sentimientos encontrados, pero debía seguir trabajando. Sauret, persona muy machista y egocéntrica, me abandonó junto a mi Emilita, dejándonos en una grave situación económica.
Yo necesitaba trabajar y no podía cumplir con una gira de conciertos viajando con la pequeña, pues mis padres habían muerto, mi marido me había abandonado, entonces; a quien recurriría sino a mi amiga alemana, la señora Bishoff, quien lamentablemente me chantajeó, pues después de un tiempo me comunicó que aceptaba seguir cuidándome a la pequeña si se la dejaba en adopción. Estuve en una disyuntiva, fue tremendamente horrible mi situación, pero no tuve de otra que aceptar la propuesta. Fue muy duro para mí, pues la gira resultó un fracaso, mis tres años de matrimonio, la lejanía de mi Emilita, la pérdida de mi segundo hijo, todo se fue a la borda.
—¡Lo
siento…!
—¡Bueno!, pero ya pasó. Al poco tiempo, me conseguí al que yo pensé era el ideal. En 1876 viajó a Boston presentándome como cantante y conozco al barítono italiano Giovanni Tagliapietra, y en ese mismo año nos casamos. Tuve a mi Lulú (1878), Teresita (1882) y Giovanni (1885), a quienes dediqué buena parte de mi vida y cuya crianza alterné con mis giras y conciertos por Estados Unidos y Canadá. ¡Ah!, debo comentarte que al tiempo recuperé a mi Emilita.
—¡Qué
bueno!, me alegra tanto, Teresa.
—Y no sabes, que cuando regresé a mi tierra ¡imagínate!, divorciada y vuelta a casar, eso fue un escándalo tremendo en Caracas. Sin embargo, el recibimiento fue extraordinario. Al tiempo, en 1889, me separo de Giovanni y viajo con mis hijos a Alemania. No sé si era mi carácter o mi estilo de vida, pero no nos entendíamos, aunque he de decirte que Giovanni era una verdadera «mala ficha».
—¡Ay! Teresita no pegas una… ¿No tuviste más amoríos?
—¡Claro!, y no fueron amoríos, me casé… Mi tercer esposo fue el gran pianista Eugéne D’Albert, me casé en 1891. Tuve dos hijas; Hertha y Eugenia. Cuatro años después, me divorcié.
—Wow!
¿Nunca encontraste al amor de tu vida?
—Sí, mi último esposo, quien fue mi cuñado Arturo Tagliapietra, me casé en 1896. Arturo sí era un hombre fino y educado, nos entendimos muy bien y así lo hicimos por todo el resto de mi vida… Como te habrás dado cuenta, tuve una vida emocional muy inestable… Pero, el intenso trabajo como concertista y mis numerosas giras, ocasionaron mi quebrantado estado de salud.
—¡Qué triste!, pero qué bueno, porque al fin conseguiste al amor de tu vida… Teresa, entonces falleces en Nueva York el 12 de junio de 1917 y tus cenizas fueron traídas a Venezuela en 1938, y desde 1977 recibes el honor de reposar en el Panteón Nacional.
—Así es, mi estimada amiga, así es. Estoy agradecida.
—Bueno, Teresita, gracias por haberme concedido esta entrevista y saber un poquito más de tu vida.
—Agradecida, yo, y ya sabes, cuando quieras, te cuento sobre mis giras, tournée y demás…
—Gracias, Teresa, gracias, súper agradecida por haberme obsequiado tu hermoso tiempo… ¡Y no me llames!, ¡yo te llamaré!
El comentario del profesor Mario Morenza
Grísseld LecunaG/Bavaresco