Esta historia narrada por Joao, un brasileño
que después de mucho tiempo regreso a Venezuela y quedo anclado en esta parte
de la tierra que la tomo como suya. Él me contó la vida de un joven de origen Trinitario-Venezolano
cuyo padre fue un trabajador de aquella isla que vino a tierras venezolanas y
se enamoró de una nativa a quien dejo embarazada, pues tuvo que partir de
urgencia a su tierra y nunca más apareció.
Este muchacho que vivía con su madre, nacida en un pueblito
porteño, en las afuera de la ciudad, donde la gran parte de sus habitantes eran
de origen Alemán. Un día un grupo de franceses llegaron a ese pueblo con
intención de "reclutar hombres " que quisieran trabajar en huertas y
campos por periodos cortos de tiempos y con grandes ganancias. Muchos del pueblo se
entusiasmaron, se anotaron y se alistaron para partir. Entre el grupo se
encontraba este muchacho, joven delgado y moreno que a pesar de que su madre le
advirtió que todo era un engaño, el chico se preparó para partir.
Lo cierto era que su madre no quería
que le pasara nada a su único hijo, el cual creció sin padre y por lo tanto en
una sociedad en la que un padre era el sostén de familia y a una mujer que era
madre soltera la tildaban de prostituta, pues no era visto con buenos ojos.
Este chico tuvo que soportar cualquier insulto y cualquier clase de calumnias. El
muchacho pensó que si trabajaba y ganaba dinero iba poder sacar a su madre de
la pobreza en la que vivían y así ganarse el respeto que nunca le dieron.
De tal manera que decide hacer oído
sordo a las advertencias de su madre y viajar junto con sus compañeros a unos
terrenos que quedaban a unos 1.550 kms. de distancia, en donde había unos
viñedos que pertenecían a unos ricos terratenientes Franceses.
Al llegar al lugar convenido se dan
cuenta de que los meses que le habían dicho en realidad eran 2 años de trabajo
y por solamente la mitad de dinero que le habían ofrecido. Su madre había
tenido razón.
Con el paso de los meses, el joven tuvo
que soportar calumnias peores a las que soporto en su pueblo, pero estas ya no
eran por el hecho de no tener padre sino por ser de raza negra. Los trabajos
eran muy agotadores y sumamente largos, pasaban todo el día en el viñedo
recolectando uvas y cargando las enormes e incomodas canastas de mimbre.
En uno de esos días conoce a un hombre maduro, oriundo de Brasil que igualmente fue engañado, también trabajaba allí, ese hombre era Joao. Este le ofreció su amistad, cosa que por primera vez le ocurría, que alguien le demostrara simpatía por lo que acepta de inmediato.
Joao tenía un plan para escapar, pero el
muchacho trinitario-venezolano no aceptó, pensando que su madre necesitaría el dinero y
el escapar no ayudaría a que los demás lo respetaran.
Una mañana le hacen llegar una carta
que el doctor del pueblo donde él nació, le había enviado, el cual decía que su
madre había enfermado y que cinco meses después de su partida había fallecido.
Su dolor fue inmenso, tanto por la noticia que había recibido y rabia porque se
la habían notificado un mes después de su muerte.
El chico no pudo evitar el caer al
suelo y ponerse a llorar. Gritaba - ¿Por qué, porque mi madre por qué?, ya me
quitaron a mi padre y ahora a mi madre ¿Por qué, por qué? -
En medio de sus llantos se acerca uno de los vigilantes franceses y le dice con voz alta y fuerte:
-Levántate, que los negros no lloran,
lo único que hacen es trabajar.-
El joven que lloraba la muerte de su
madre se calló de inmediato y todo el dolor que sentía se unió con la ira acumulada
que le afligía por todos los años que tuvo que vivir siendo maltratado por su
situación de bastardo, y entonces, ¿tenía que calarse las ofensas de este
guardia francés que seguía gritándole y llamándolo negro? En ese momento no
soporto más y tomó la tijera oxidada la cual era su herramienta para cortar los
racimos de uvas y se la clavó en el muslo al guardia; éste lanzó un grito de
dolor y se arrodillo en el piso agarrándose de su muslo herido; en eso el chico
tomó el arma del cinturón del oficial y se la puso en su cabeza.
Los gritos de piedad y clemencia del guardia y los gritos
de aliento de los demás trabajadores se silenciaron con el ruido del arma que
acababa de ser disparada.
Un negro con un arma en la mano y un
guardia francés con la cabeza llena de sangre era una escena realmente
peligrosa. Y fue entonces cuando vio que era hora de poner en marcha el plan de
su amigo el brasilero, el cual consistía en escapar por un campo de espinas
baldío y que nadie vigilaba.
El muchacho y su amigo Joao emprendieron
su fuga a toda prisa, pero cuando faltaba poco para terminar de cruzarlo una
bala perteneciente a uno de los guardias franceses, desde lo lejos dio por la
espalda al chico y este calló al suelo. Joao trato de ayudarlo, pero
este le dijo que escapara, pues si lo atrapaban de nuevo, iba a ser peor.
El brasilero Joao le hizo caso y logró escapar en un barco de trabajadores que habían terminado su periodo jornalero y se dirigían a Trinidad y Tobago, luego de allí viajaría a Brasil, a su patria donde trabajaría en un campo de misiones.
En el momento en el que Joao se
disponía a huir, el joven en el suelo agonizaba y se podía escuchar como le
pedía perdón a su madre por no haberle hecho caso y por haber matado a un
hombre por la prepotencia y rabia con que se había dirigido a él.
Grisseld LecunaGarcia/Bavaresco
Cuento de mi autoría, en el libro "La fantasía escrita en unos cuantos cuentos"
http://www.autoreseditores.com/libro/3712/grisseld-lecuna-bavaresco/la-fantasia-escrita-en-unos-cuantos-cuentos.html
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