lunes, 3 de febrero de 2014

EL CORAZÓN DE UNA MADRE, UNA HISTORIA PARA PENSAR.


 Cuando estuve en el colegio de monjas, desde el primero hasta el sexto grado de primaria, del cual tengo muchos lindos recuerdos y algunos no tan lindos, pero igualmente están en mi mente; no solo rezábamos o leíamos los evangelios o alguna parábola, también nos divertíamos y aprendíamos otras cosas.

Recuerdo un comentario acerca de una madre y su hijo que nos platico la hermana Micaela (adoraba a esa monja). Lo recuerdo tan bien, que hasta hoy en día la visualizo contándonoslo. 

La cuestión es que no se si fue cierta o solo fue una lección para que apreciáramos mas a nuestras madres y que anduviéramos con pie firme con algún enamorado que estuviera pidiéndonos alguna prueba de amor.

Hoy me atreví hacer una historia basada en aquel comentario que relató la Hermana Micaela….!!

Y comienza asi:

Es la historia de un chico cualquiera, que creció con la ayuda de su madre, quien quedo viuda con la criatura de apenas días de nacida. Esta mujer limpió casas, lavó ropa, vendió comida, y todo para poder darle una buena educación a su único y adorado hijo.

Ella no se volvió a casar pues su hijo ocupaba todo su tiempo y su corazón, que decía que no era suyo, sino de él.

El amor era mutuo, bueno se creía que era así. Al tiempo se graduó, enseguida consiguió empleo, fue adquiriendo una excelente fama como profesional, y la madre siempre a su lado. 

No había un sitio donde ella no estuviera con él, celebraban juntos cada éxito, cada logro adquirido, pues eran de los dos.

Un día de primavera, conoció el amor, una chica hermosa. Era exacta para el, dulce, simpática, profesional. 

Al inicio fue todo muy bonito; él, ella y la madre de él.

Hasta que un día la chica estalló, pues ya estaba incomoda y fastidiada de tener a la “simplona” de la suegra metiéndose en cosas que no le correspondían. A veces le daba pena presentárselas a sus amigos o algún familiar. Simplemente no la quería, la odiaba, ella no estaba dispuesta a compartir a su novio con nadie y menos con su suegra.

-“No quiero que tu madre nos acompañe mas a ningún lado” - le dijo ella con mucho carácter. Y ahora por culpa de la madre (según ella), todo el noviazgo se había convertido en un desastre. 

Ella siempre terminaba con él por culpa de su madre, pero era tanto el amor que él le tenía, que insistía, le llevaba serenatas, un regalo, flores, hasta que ella accedía nuevamente.

-“Creo que ya no me quieres como antes!!!!!!! Es mas, creo que amas mas a tu mamá que a mi” - le grito un día.

Era tanto el amor que esa mujer inspiraba en ese chico, que se le hincaba y juraba por los miles de santos que conocía, (aquellos que su madre le había enseñado un dia), que no era verdad, que el la amaba mas que a su madre.

Pero para la chica eso no era suficiente y le dijo que le diera una prueba de amor, de eso dependería muchas cosas, como por ejemplo; su futuro matrimonio.

Y el accedió a darle cualquier prueba de amor que ella le pidiese. Y en tono simpático, cual príncipe medieval,  le pregunto: ¿Y cual es la prueba de amor, hermosa doncella novia mía?

A lo que ella le contestó: ¡Quiero que me traigas el corazón de tu madre…!!.

Que???, no puedo eso sería matarla y yo no le haría eso a mi madre jamás!!!!!. “Pues entonces vete y no vuelvas más” - Replico ella abriendo la puerta de su departamento, aquel que él le había regalado (y puesto a su nombre) donde vivían su tórrido y hermoso amor desde hacia varios meses, donde en cada parte había cientos de besos, miles de caricias, millones de "te quiero" y que hoy de un solo golpe, eso quedaría en cero.

El chico estuvo vagando y vagando por varias noches, todo desesperado, pues como le iba a hacer eso a su madre, pero….. ¿Como podía vivir sin su novia?.

Cuando la llamaba, ella solo le preguntaba: ¿Ya tienes el corazón de tu madre en las manos? Y si el le decía que no, ella le colgaba.

Un día llego a casa de su madre, la cual estaba desesperada y preocupada pues hacia varios días que no sabia de él. Estaba desaliñado, con la mirada perdida, pudo notar que no se estaba alimentando bien. Ella lo abrazo, le ofreció comida, le hizo cariño, le saco una ropa que a él se le había quedado en el closet cuando se fue a vivir con su novia. Luego de un baño, comida y cambio de ropa, reposo junto a su madre que estaba feliz de verlo, y se quedó dormido en su regazo mientras veían juntos la televisión.

Al despertar, él veía ya todo más claro, amaba a su madre tanto como ella a él. – “Es la única que no me pide, ni me ha pedido nada a cambio”- pensó.

Ya, decidido a hablar con su ex y decirle que no seguiría esta relación, le dio un beso a su madre que lo bendijo y se monto en su carro, pero antes la llamó para decirle que iba para allá a buscar sus cosas pues ya no quería saber mas nada de ella.

Dicen que las mujeres tenemos un embrujo que si bien lo sabemos utilizar tendremos todo a nuestros pies, y sobre todo, funciona con los hombres. Esta chica tenía un master en eso.

No se supo que paso, que hablaron, que se dijeron, lo que si es cierto fue que el hijo regreso a la casa de su madre, todo desesperado entró a la cocina busco un cuchillo y le saco el corazón a su madre.

Y una vez con el corazón en la mano salio corriendo para la casa de su novia, estaba fuera de si, quería enseñárselo y estar para siempre a su lado.

En ese trayecto, por la rapidez de llegar, él se tropieza con una piedra y cae al igual que el corazón.

Y fíjense que el verdadero amor de una madre es tan único e incondicional, que cuando el chico reacciona y trata de incorporarse;  el corazón de la madre, no importando lo que le hizo el hijo ni el golpe que sufrió al caer, y angustiada le pregunto: ¿Te hiciste daño, hijo mió?



*-   Grísseld Lecuna García-Bavaresco

*-     Inspirado en el comentario de la Hermana Micaela.

*- Especiales gracias a Gilberto Barrera, Mariano García, Marianela García, Elaiza Villanueva, Marlene Arocha y Penelope Molina, por su asesoría en la elección del titulo de esta historia.

Tomada del libro:
La Fantasía Escrita En Unos Cuantos Cuentos. Editorial Madriguera. Pags. 29 al 34.

























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