miércoles, 9 de enero de 2019

EL MAYORAL

Voy a dejarles esta interesante novela con historia y color porteño, un texto brotado de la pluma de mi amigo el escritor porteño Julio Cesar Guanipa, disfrútenlo.

El Mayoral
Camino a Borburata el negro Miguel Ascanio divagaba en sus pensamientos al compás del paso cansino de su yegua.

El Manglar, Borburata
- Diez negros tengo a mis órdenes. Tres mujeres y siete hombres, entre ellos un viejo de sesenta años, cabeza de mingo, desdentado y conversador, tres jóvenes algo flojos y medio realengos, pero yo les digo: vayan y hagan esto, y ellos van, y lo hacen. Tres negritos reilones, de canillas largas y faltas de respeto que ayudan en la cocina y en los quehaceres de la casa, y dos negritos más, de mediana edad, que junto con el viejo ayudan en las tareas del campo. Con las matas de cacao, la caña y en el cuido de los animales, y en la cosecha de otras. Los aguacates, ñames y vainas así. Las tres mujeres también trabajan en las faenas del campo, Flora, Herminia y Ascensión. Brejeteras las tres, contestonas, alebrestadas pero buenas para el trabajo.   Con los tres negritos canillúos me las arreglo pa´ que ayuden con el viejo cabeza e´ mingo y las tres mujeres cuando el trabajo con el cacao y la caña se pone apurao. Hay otro más que anda por ahí, flojo enfermizo y mal mandado.- 

Una vez, el amo, Carlos Arias, quiso venderlo por los lados de Valencia, en Nirgua, je, je, nadie se lo quiso comprà, porque además de flojo y enfermizo, feo. Daba mala vaina. Mira Miguel, -me dijo ese día- agarra ese carajo y móntalo en la carreta otra vez, ya veremos que hacer con èl. Y con la luz del día todavía, agarramos camino pa`Borburata, por esas veredas de monte y culebra nos agarró un palo de agua de marca mayor. Y entonces, el negrito -que vaina con él, no puede ver caer agua de lluvia porque le da por reír sin parar.- Y el amo Arias le veía con encono, si señor. Y el negro se reía sin parar. Horas después, dejando Valencia atrás, camino de as Trincheras, por los lados de los cerros de Bárbula dejó de llover. Ya el muchacho dormía tranquilamente.  

Que vaina, tú, Miguel, que podemos hacer con este muchacho –dijo el amo Arias después de observar largamente al negro- debe tener alguna enfermedad.


- Déjelo a mi cuenta, patrón; aunque sea flojo pal´ trabajo, algo voy a sacar de él. Es flojo pa´ cuidar las gallinas y cansón, pero algo se me va a ocurrir.-

El amo se me quedó viendo largo rato, como satisfecho. –Ojala hubiera salido aunque sea la mitad de lo que eres tú para la brega. No se me olvida como llegaste a mi finca en Borburata, hace tres años atrás….-

- Tiene razón, amo.-

Y las imágenes se le escaparon a Miguel en alas del recuerdo….

Borburata, Agosto de 1783
Nadie sabe de dónde venía aquel negro a lomo de caballo. Ya eran como las tres de la tarde. Venían a paso de arrea' ganado. Como quien no quiere la cosa, Miguel Ascanio echándole ojo a todo el paisaje. Los cacaotales, la plantación, con sus cañaverales que se perdían de vista, el trinar constante de los pájaros, el clima acogedor de loa bosques. “Esto es lo que yo ando buscando”-se dijo asimismo-. Cercano se oyó el rumor del agua que corría. Sonrió y suavemente azuzó los ijares de la yegua, obligándola a emprender un trote suave, como no queriendo llegar sin saber adónde.

Era quizás el final de su aventura. No más noches sin techo ni abrigo. No más días sin sobresalto. Aquí se acabarían, Dios mediante, el mal comer y la vida errante sin querencia. El valle era amplio, y el río, generoso, le ofrecía entre saltos y pozas las cristalinas aguas que bajaban raudas hacia el mar. Llegando a un recodo de la corriente de agua, en la otra orilla, vio caballos pastando en medio de un buen lienzo de terreno con abundante pasto  para ganado. – ¡Carajo, aquí es! – se dijo asimismo. Con calma, condujo a la yegua a través de la corriente hasta alcanzar la otra orilla, y a paso de león se adentró en la espesura.

- Miguel, Miguel, ¿estás dormido? - La voz del amo a Miguel de sus pensamientos.

- Perdón, amo. Venía distraído. Pensando en cosas, Usted sabe; de cuando llegué a sus tierras por el camino de río.-

- Yo también lo recuerdo. Te veía afanoso, con ganas de trabajar. Me di cuenta de eso en el acto. Y te dejé como mayoral de mi gente. Esos negros no son flojos, pero siempre es bueno tener a alguien detrás que les diga cómo hacer las cosas. Y mira, no me equivoque.-

- Y se lo agradezco mucho, amo Carlos. Amo este trabajo y con sus negros me entendí rápido. Y aquí me tiene.-

- Hay algo que no me has contado. Una vez te pregunté de donde venías, tus afanes, ¿qué hay detrás de ti?, Nunca me has contado.-

- Amo, un año después de llegar a estas tierras conocí a una negra por esas playas camino a Patanemo. Muy bonita, venía de los lados de Punta Negra, con un canasto lleno de quiguas. Bueno, el caso es que hice amistad con ella y todos los días por las tardes la buscaba para conversar. Hasta que la cosa pasó un poco más allá.-

- Algo de eso me habías dicho. Nicolasa, creo que ese es su nombre. Yo la conozco, tan negra como su hermosura, pero sigue contando…-

- Bueno, el asunto es que ella también comenzó a hacer preguntas. No me esquivó el lance cuando le dije que me gustaba, pero ahí empezó todo, que de donde era yo, que porque andaba por estos lados… -

- Ajá, la típica curiosidad femenina. Es natural. – Carlos le echó un vistazo al negrito dormilón asegurándose que aun dormía.

- Cará, pues, el asunto es que comencé a decirle cosas, comentarios un poco flojos, pero me decidí y empecé a soltar la lengua.-

Panaquire, Mayo 1780

Yo nací en Panaquire, por aquellos lados donde hablar de Juan Francisco De León, era referirse a un hombre, a un héroe de talla completa. Nací en una hacienda, y en ella me hice niño, muchacho y hombre hecho y derecho al mismo tiempo. A mi padre no lo conocí, murió siendo yo muy niño, y mi madre teniendo yo como siete años, se marchó con otro negro a vivir por los lados de Barlovento. Más nunca la volví a ver. Lo cierto es que seguí creciendo, y a los dieciocho años ya era un negrito adelantado, bueno pa´ todo. Jinete, recolector de cacao, bueno con el cola e´ caballo pa´ tumba caña…

Y enamorao. Pero solo enamoraba negritas, de aquí, de allá, esa tierra era mi coto, después de eso no conocía más horizonte. Pero todo era pa´lante, y me gané la confianza del amo de tal manera que se me permitía entrar a la casona por la puerta de la cocina, claro está, a hacer cosas como llevar recados, Uste´ sabe, y a cahicamear por ahí. Y fue así, en esos menesteres en que caí en el área de atención de la hija del amo. Luisa Concepción, era su nombre, blanca como el cará, bonita, con unos ojazos así de grande, se movía como una culebra, y hablaba con ronroneo de gata.


- Vaya con la patroncita, ¿no? – interrumpió el amo Carlos entre divertido y escéptico.

Ya lo creo, y asimismo dijo Nicolasa también. -


Y mi amo, Juan Francisco Ascanio, a él debo su apellido, era un hombre justo pero severo. Y yo, sin darme cuenta buscaba ahora cualquier motivo pa´ meterme por la cocina de la casona, a curiosear más allá de los predios de la negra Agustina, la cocinera, quien entre severa y mandona me regañaba cada vez que podía, con aires de misterio, como un canónigo, no juegue, tratando de frenar mis ímpetus a punta de regaños.

- ¡Mira, negrito…! Ven acá carrizo.Te voy a decir algo, Usté aquí no va a venir a echar vainas. ¡No señor!, Usté viene a lo del mandao y se me va, caraj. ¿Me escuchó?-

Y se me quedaba viendo toda hecha furias. Con los ojos así, puyúos, como queriendo comerme vivo. Pero la cosa seguía su curso. Una noche, en que la lluvia le ponía un carnaval de barrotes a los campos de la hacienda, y yo revolviéndome inquieto por la tormenta, y también por el recuerdo de la muchacha blanca, dando vueltas pa´ lla y pa´ cá  en la cama, sentí que me llenaba de fuego por dentro, y que algo extraño me poseía, y que derramaba mis fuerzas en la sábana. Parecía como si mis piernas me explotaban en mil pedazos. 

Y me sobrecogió el temor, el miedo y me senté todo asustado. Pensaba que me iba a morir esa misma noche, y me puse a rezar….

La carcajada del amo Carlos Arias, sacó a Miguel de su relato. El amo Arias reía y como sacudiéndose convulsivamente a cada carcajada.

- Miguel, ja, ja, te hiciste hombre sin burra y sin estribos.-  


Bueno amo, todo eso sucedió en contra de mi voluntad. Dos días después la ama Luisa Concepción, desde una de las ventanas de la casa me hizo señas, llamándome. Caminé hacia ella tratando de aparentar indiferencia, pero de verdad, amo, estaba hecho un mar de nervios. Al detenerme frente a ella, me dijo muy quedo: Miguel, mañana que mi padre no estará aquí debo hablar con usted algo muy importante.

- Usté dirá ama Luisa.-

- Te veré en la tarde, después de la jornada. Espérame en el triángulo ese donde tú duermes.- 

Amo, ese fue el peor día de mi vida. Pensé en los diez mil disparates. Seguramente me enviará a alguna diligencia importante, quien sabe… Ese día después de la jornada, me aseé lo mejor que pude. Y para no enredarme el momento, me puse a pensar en vainas que no venían al caso. Me recosté en la cama, mi viejo catre, y comencé a darle vuelo a mi imaginación. Y por mi mente pasaron mi amo, Agustina, la cocinera, y……

-Buenas tardes, Miguel –la puerta se abrió de golpe, y yo me paré, rápido como picao de culebra.

- Buenas...-

- No digas nada, calla…. – caminó hacia mí. Lentamente pero decidida. Me vio de pie a cabeza. Yo notaba su respirar agitado. Me quito la camisa, y comenzó a pasarme sus manos por mi pecho mientras musitaba – no me has visto, yo nunca he estado aquí ¿entiendes? Y empezó a besarme nunca me has visto- y bueno…

- ¿Qué pasó?, dime- le apuró el amo Arias.
Bueno, me empujó hacia mi cama mientras ella se desvestía y luego se lanzó sobre mí….

Ahí estuvimos amo, como una hora. Y después de eso, se levantó se vistió y se marchó sin decir nada. Ni adiós, ni nada. En silencio, como si fuese un espanto. Yo permanecí un rato tirado en la cama, como ido, sin fuerzas y sin entender. Luego sabiéndome desnudo, procedí a vestirme, me senté en la cama y pensé durante largo rato.

- ¿y luego?-

- Salí del tinglado donde vivía y me quedé mirando el camino por donde la ama salió. Que mujer tan rara.-

El amo Arias le respondió: ¡Ya!

Luego prosigue:

Bueno, después llovió tres días seguidos entre la lluvia y las labores del campo se me fue olvidando la vaina. Ya no quería volver a la casona. Si Agustina me llamaba yo me acercaba de mala gana.

- ¿Y a usté que le ha pasao?... Anda como si le montaron un muerto encima. ¡Ah vaina!, bueno, digo, si me quiere contá… - Apaciguadora, me acercó un plato de funche amarillo con carne frita. –Tome, coma -.  Me acercó también un tarro de agua. Y con los brazos cruzados, -bueno, toy esperando. Lo he visto to estos días como alma en pena, pa´llá y pa´cá-

- No me pasa nada, Agustina, es que no me he sentido bien estos días-

- Yo sí sé que le pasa. Yo vi cuando la ama Luisa lo llamó a la ventana de la casona. Y también, al día siguiente, la seguí de lejitos cuando se encaminó hacia el parapeto ese donde vives. Luego me regresé, pa´no escuchate decime mentiras, mejor no me cuentes ná.-

Amo Carlos, el funche se me atragantó todo, tosí como loco, y hasta boté el funche por las narices. Desesperado salí al patio, al huerto de la casona y comencé a caminar sin rumbo. ¡Carajo! La vieja había visto lo suficiente como para envainarme toda la vida. Agarré otra ves el hilo de la ausencia, amo, y me volví a perder de los predios de la cocina. Agustina, con esos ojos puyúos y esa cara de vicario criminal me sacaba de quicio. Pasaron algunos días, amo, hasta que un viernes por la tarde, Agustina me mandó a buscar con el viejo cabeza e' mingo. Caminé despacio hacia la cocina, como no queriendo llegar nunca. Me sentía pesado, como andando en sueños. Ya ante la figura larga y seca de la cocinera de la casona, me dijo sin tanto adorno: el amono está. Pero algo feo está pasando. Esa ama Luisa ha estado enferma de resfriao y con unos vómitos raros. He escuchao discusiones y gritos, y hoy, el amo salió todo fusuco camino a Panaquire. En fin, la ama Luisa quiere hablar contigo. Pasa, no hay peligro. 

Me encomendé a Dios y a todo el mundo, amo. Caminé como sonámbulo hacia la sala de la casona, y vi a la ama Luisa ahí parada, más blanca que antes. Apenas me vio se me acercó, incontrolable y en voz baja, me dijo: debes irte ahora mismo, Miguel. Mi padre se enteró de todo por mis fiebres, pues en mis delirios, te nombraba y al enterarse que yo estaba preñada se puso como loco. Fue a buscar al Justicia a Panaquire para que te haga preso…Vete Miguel, olvida todo esto. Tan solo eres un esclavo, no tienes oportunidad de nada. Agustina te tiene preparada comida para el camino. Monta tu yegua, y cabalga negro, corre por tu vida.

No dije nada, amo. Me di vuelta, en la cocina, agarré el atado de viandas que Agustina me señaló en la mesa de los aliños y salí como alma que lleva el diablo, y ya sobre mi yegua, corrí a galope tendido por esos caminos de Dios poniendo tierra de por medio. Cabalgué toda la tarde evitando los sitios poblados. Así fuesen dos o tres casas, daba un pequeño rodeo y continuaba mi camino. Dormía donde me agarraba la noche, en el descampado o najo cualquier árbol frondoso. Fueron unos días de mucho agite, vigilia, y mucha voluntad para continuar. Le hice la cruz a Panaquire, amo. Jamás volví la mirada hacia atrás.

Llegué por los lados de Petare de noche, en medio de un palo de agua. Desde muy niño siempre habla escuchado que Petare, en la lengua Caribe significaba “aguacerito blanco, que no moja pero empapa”. Pero aquel palo de agua no era blanco nada. Agua, y agua pa´lante. Gracias a un relámpago que iluminó todo el camino, vi un socavado al pié de una loma. Allí me acerque, desmonté y cubrí la yegua con la colcha que llevaba para tales ocasiones y me refugié en la media cueva. Esa noche, a pesar del frio y la lluvia, dormí como un bendito. Y pasaron los días, amo. A ratos a paso de León, a ratos galopando. Evité Caracas. La idea de que me agarraran me martirizaba, y me pegué a las faldas de esa montaña imponente hasta salir por los predios del  Cacique Macarao, camino a Los Teques. -“Cabalga, negro, cabalga”- me decía a mí mismo, y como un fantasma pasé por San Mateo. Esa plantación me hizo recordar mis días de esclavo en Panaquire, pero no eran momentos para brejeterias. Entre descanso y galope se me templó el espíritu y se me endureció el ama.

Un día, muy de mañana, llegué a la laguna de los Tacarigua, según me comentaron los lugareños de por ahí, y desorientado un poco, torcí hacía el sur. Perdí algo más de un día para darme cuenta que por delante había mucho llano. En el poblado que tenía al frente me decidí a lanzar preguntas.

- Buenos días – tres hombres y una mujer conversaban a la esquina de una plaza poblada de árboles enormes.

- Buenas – la respuesta seca ante el desconocido.

- Si son tan amables sus mercedes, ese camino que se me abre muy grande… ¿a dónde me lleva?

- Bueno, pa' lla pal sur lo que hay es llano. – Era lo que yo quería escuchar. Un jalón a las bridas de la yegua y comencé a desandar el camino.

- Gracias amigo.-

Entre galope y preguntas se me fue aclarando el camino. Valencia estaba más allá. Triste y aburrida, la vi. De las preguntas se me abrió la vía. “Siga hacia el norte, me decían, baje por el camino de las Trincheras y más allá de la sierra se va a conseguir el mar de los Caribes”. Tenía una idea fija en la cabeza. La querencia de la caña y el cacao.

- Y así amo, fue que llegué por estos lados- Carlos Arias escuchaba embelesado, mientras el negrito flojo para cuidar pollos seguía durmiendo como un bendito. Hacía el norte, el horizonte se abría tan amplio como el mar que se mostraba ante sus ojos. La claridad del sol se despedía arropando de sombras el paisaje. Así fue como el amo Carlos Arias se enteró de una buena parte de las vivencias del negro Miguel Ascanio. Allí, en ese relato, estaba pintada, con breves pincelazos la vida del negro esclavo fugitivo. Para el amo Arias, los brincos y carreras de Miguel no se diferenciaba en mucho a la de otros esclavos que él había conocido. Bueno, otros siguieron a pié o a caballo sin pararse. -“Otro Cimarrón más”- se decía el isleño. Pero Miguel había detenido su carrera de fugitivo a las puertas de su propiedad. Que  quería trabajar, que no quería seguir corriendo. Quería pues, detenerse en el camino, persiguiendo sueños y esperanzas. Persiguiendo también a Nicolasa, la hermosa negra dulcera de los lados de la playa de Gallango.

- ¿Porque será eso, amo? – le preguntó un día a Carlos Arias, en que se atrevió a contarle lo que sentía cuando veía a la negra Nicolasa.

- Tú sabes tan bien como yo… te gusta, y al carajo. Siempre pasa así. Uno se vuelve como bolsa, quiere hablar y no puede, quieres hablarle y entonces sientes el peso de la angustia aquí, en el pecho, y te vuelves el negro más pendejo de Borburata. Es así…-

- ¿Y cómo….que le digo?

-Bueno, no hay que dar muchas vueltas. Se lo dices y ya. Un día de estos, si se da la oportunidad te voy a echar una mano. – Y ante la mirada de sorpresa del negro, el amo dejo caer:

- Confía en mí, ya verás.-

Y los días siguieron pasando. En la hacienda todo era igual. Miguel y sus negros concentrados en las actividades propias del campo. El cacao, la caña, los animales, días de sol y lluvia. El negrito flojo, Roso, tal era su nombre, estaba ahora contento con el oficio que le había impuesto Miguel. Lo llevaba a la grupa de la yegua hasta una legua del antiguo asentamiento donde una vez estuvo enclavada Borburata, por allá por los lados de Punta Chávez. Temprano, como a las 6 de la mañana, lo despedía junto con dos enormes cestas: -Ya sabes, Roso, las llenas hasta donde puedas de quiguas, que en la tarde vengo por ti a conseguirte en el camino. Y Roso emprendía el camino, a paso rápido, con entusiasmo rumbo a Punta Chávez, orgullosos de la confianza que el mayoral Miguel depositaba en él. Y Miguel, al trote ligero de su yegua, tomaba el camino hacia Gallango para verse con la negra Nicolasa. El amo Carlos Arias, sabedor de todas estas peripecias, sonreía enigmático.

Un día llegaron a la finca dos hombres del poblado, un isleño, y un mulato. Se entrevistaron con Carlos Arias. Salieron al exterior de la casa y caminaron hacia la orilla del río, por el mismo camino que tomó Miguel  cuando llegó en busca de refugio y de trabajo. Vieron el terreno, conversaron largo, gestos, palabras y luego los dos visitantes se despidieron. Al día siguiente, muy temprano, se presentaron de nuevo. No buscaron al amo Carlos Arias. Esta vez, el isleño, conduciendo una carreta se detuvo donde conversaron al día anterior. Descargaron mucho material de trabajo, mientras el mulato con otros dos comenzaron a trabajar en el terreno. Miguel, el Mayoral, a lo lejos, observó el movimiento de los hombres. Trabajaban sin descanso, midiendo, cavando, fijando estacas que fueron dando forma a la faena. Estaban construyendo una casa. Ya entrada la tarde, no había duda, la distribución de la obra lo confirmaba.

Con la noche ya encima, Miguel y el amo Carlos sentados frente a la casa conversaban de la rutina del día. A lo lejos, cerca del río se divisaba pese a la oscuridad, la silueta de lo que prometía ser una vivienda.


- Amo, lo que están haciendo a la orilla del río, del lado de acá, es…-

- Una casa – le atajó el amo. – Llámala alcabala o lo que sea, pero sirve para vivir. Mis linderos seguirán creciendo, y quiero que todo aquel que entre a mis tierras pase por ahí. Que diga, buenos días o buenas tardes o buenas noches, y se dé a conocer. Compré más tierras hacia el sur. Más cacao, más caña. Debo cuidar lo mío. ¿Claro?-

- Sí, amo. Como el agua….-

- Vendrán dos negros más a trabajar aquí. Tú seguirás siendo el mayoral. De ser necesario, tendrás que apretarles las cureñas, y cojan el ritmo del trabajo.-

- Si, amo. Eso no será problemas.-

- Esos negros son buenos secadores de cacao, conocen el trabajo, pero es bueno siempre marcar el ritmo de la faena. A partir de mañana, échale un ojo a la construcción de vez en cuando. Quiero eso terminado lo más pronto posible.-

La conversación tomo otro giro. Intrascendente pero entretenida. Miguel tenía la sospecha que el amo tramaba algo. Había algo detrás de sus palabras que él no lograba pescar. En momentos de silencia, Miguel veía al amo de reojo buscando algo en falso que lo delatara. Inútil. Si con esa casa que estaban levantando a la entrada, frente a la casa de residencia del amo había algo escondido, tendría que tener paciencia, tiempo al tiempo que algún día lo sabría. Sus pensamientos volaron hacia Gallango, y la imagen de la negra Nicolasa llenó su cabeza por momentos. Esa negra le estaba invadiendo los espacios de su mente y él no hacía nada por evitarlo, al contrario, provocaba los encuentros.

- Miguel. – La voz seca del amo lo sacó de sus pensamientos.


- Si, amo.-

- ¿Qué edad tienes?-

- No sé, amo…como veinte años, algo así.-

- No has pensado, algún día, claro está, tener hijos… - dejó caer el isleño, así como quien no quiere la cosa. Miguel se revolvió inquieto en su taburete.

- Bueno amo, la verdad, no sé. No he pensado en eso. El amo que yo tenía en Panaquire, a veces hablaba algo de la ley de manumisión de los hijos delos esclavos. El conversaba mucho y había cosas que a mí no me gustaban. Eso de que el hijo del esclavo nace esclavo…le voy a decir una cosa, amo; allá a pesar de ser esclavo, como aquí, yo me sentía libre por algunas cosas. Bueno, quizás por trabajador me ganaba algunas consideraciones, pero esa parte de la Ley a veces me ponía a pensar.

- Te voy a decir algo – le interrumpió el amo – Yo conozco esa parte de la Ley que tú mencionas. Una cosa son esos amos de por allá, y otra es como nosotros la vemos por aquí. Un hijo es un hijo, Miguel, no importa su condición. Eso tienes que dárselo al tiempo. A mí me gustaría que mi Mayoral sea un hombre casado, con hijos, con responsabilidad….son más asentados.

- Amo, ¿usted como que me esta buscando novia-

- No. Las novias te las buscas tu solito. Eso no es asunto mío. Lo mio es que clase de persona tengo yo entre mis negros. El viejo cabeza e' mingo, un día de estos se nos muere. Ya no dientes tiene. Llegó aquí cuando yo era niño, y ya tenía sus años encima. Lo que yo quiero es que veas las cosas con más madurez.

- Bueno, como Usted me dijo también en estos días que me echaría una mano con lo de Nicolasa…yo pensé.-

- Solo quise ser franco contigo, y no ponerte peros en tus decisiones.- soltó un bostezo, se dio un estirón y se paró de la silla – bueno negro, yo me voy a dormir. Te dejo solo.-

Dirigieron sus pasos en direcciones opuestas. El amo Carlos Arias a su casa, cómoda, espaciosa y acogedora, y Miguel a su covacha, su catre, su escasez y su miseria. Amo y esclavo en extraña combinación.

Dale, Roso, anda, camina. Ya sabes, cuando el sol esté allá en el horizonte, ya por esconderse, vengo por ti. Y el pequeño Roso, a paso rápido se alejó hacia Punta Chávez, mientras Miguel, en alegre trote sobre su yegua se encaminaba hacia las playa s de Gallango. Sentía como camarones vivos en su tripa, de solo pensar en la negra Nicolasa.

Pasaron los días y la construcción de la vivienda a la entrada de la hacienda avanzó a toda prisa. Las paredes de bahareque encaladas, y las divisiones de la madera para los cuartos, dos dormitorios, sala y una cocina – fogón, budare - y la letrina en la parte posterior de la casa. Desde afuera, el amo Carlos Arias y Miguel, observaban satisfechos.

- Amo, para ser una alcabala se ve grande.-    

-Así es – responde Carlos – si fuese una alcabala. Pero no, no lo es. Es una humilde casa que mis buenos reales me costó. – y luego, desviando la mirada a lo lejos – ¡Guá!, mira quien viene ahí.-

Sonriente, caminando a paso vivo, se acercaba Nicolasa la dulcera de Gallango. Alegre, reía a ratos, hasta llegar ante la presencia de los dos. El amo Carlos, sonriente y Miguel, sonriente también pero amoscado. Se hizo un corto silencio que fue roto por la voz del amo.

- En que andas por estos lados, negra.-

- Pues nada, amo. Vengo de colocar los dulces, y antes de regresas me dije, me voy a llegar hasta donde el amo Carlos. Pero tengo que regresar a Gallango. Estoy ayudando en una venta de comidas en la calzada principal.-

- Muy bueno. Bien, yo me voy a la casa. Tengo que revisar unas cuentas. Aquí los dejo….Creo que Miguel quiere decirte algo. Los dejo. – Comenzó a caminar hacia la casa, mientras sonreía socarronamente.

Dejó a Miguel totalmente mudo ante Nicolasa. Y esta, sonriente, le espetó: ¿Y qué es eso que tienes que decirme?

- Que broma con el amo, no juegue. – miró hacia el suelo, y con la punta del zapato comenzó a remover la tierra.

- ¿Y entonces? Estoy esperando.-

- Bueno, es que en estos días estábamos hablando el amo y yo…..que no quiere mayoral soltero, y esas cosas.-

- ¡Ah! ¿Y qué? ¿Y que hay de esta negra en todo esto?-

- Bueno…el amo quiere que tú seas mi negra en lo adelante.-

- El amo, ¿y tú?-

- Yo….-

- Ah negro pa´gafo. Hay que empujate como burro viejo. Tu también me gustas, Miguel. Lo que pasa que una no puede andar por ahí ofreciéndose así, como una canasta e´conservas, como un costal de ñames.-

- Bueno, tú me gustas también.-

- ¡Aja!, hasta que te sonó la flauta. Negro ordinario. Eso es lo que tú eres.-

Los pasos del amo les interrumpió la conversación. Venía sonriente, y con un vaso de ron en la mano derecha.

- ¿Y qué hay de nuevo?-

- Pues nada, que Miguel me ha pedido que sea su mujer.-

- ¡Ah, qué bien! Mi enhorabuena entonces. Como ustedes quieran, si hay casamiento, o sí quieren unirse y dejan la bendición para después. -

- No sé qué dice Nicolasa, amo.-

- Por mí….-

- Bien. -  el amo se rasco el cogote, enigmático. – por casa no se preocupen – y señalando la construcción a la entrada del fundo – ahí la tienen.

Nicolasa se le iluminó la cara con una sonrisa tan grande como el sol. Y la cara de Miguel daba risa.

- Claro Miguel, aquí vivirán, aquí nacerán sus negritos y yo me aseguro de tener un mayoral por mucho tiempo. Aquí también nos beberemos unos rones con todos los negros que trabajan conmigo.-

- ¿De verdad amo? – Nicolasa reventaba de la alegría.

- Esa casa es propiedad de la hacienda. Pero será lugar de habitación del Caporal o Mayoral mientras esté a mi servicio. En este caso, es ese negro zángano que tienes a tu lado, Nicolasa. No la he abierto hasta hoy. He aprovechado los días que has estado ausente, Miguel, para colocar dentro de ella algunas cosas que les servirán mientras terminan de acomodarse. Por mí, esa es ahora su lugar de habitación mientras Miguel sea mi Mayoral.-

Se dirigió a la puerta de la casa, abrió la puerta y con un ademán les llamo. Solo un cuarto tenía cama, una mesa y unas sillas en la sala y el cuartico de la cocina, precariamente equipado. Pero serviría.

- Ahora los dejo. Mañana es sábado. Tendremos una reunión aquí, fuera de la casa para darles nuestras bienaventuranzas.-

Para Miguel fue una sorpresa ver llegar a las personas que estarían en la celebración de la unión de él con Nicolasa. Cabeza e´mingo, Roso y el resto de los negros de la hacienda. También estaban otros isleños hacendados con sus respectivos mayorales y otro blanco más que no conocía, de rostro severo.

- Miguel – Escuchó la voz del amo Arias. Miguel camino de prisa, acercándose a su amo, que se encontraba conversando con el blanco desconocido.

- Dígame, amo.-

- Este amigo acá es Don Felipe Unda. Tiene propiedades en el Valle de Aragua, y al sur de Caracas. Lo conozco de años y al saber de su presencia por estos lados, le invité a la reunión. – dirigiéndose a Don Felipe – Él es Miguel Ascanio, mi Mayoral, trabajador y buen vasallo. Se unió a aquella negra, Nicolasa y les hice esta reunión para celebrar. -

- Muy bueno, Carlos – tenía la voz fuerte, con arrebato de mando- Miguel, enhorabuena. Sea pues, buen marido con su negra y bue servidos con su amo.-

- Si señor de Unda. Un honor conocerle.-

- Puedes retirarte Miguel. Atiende a tu mujer y a tus amigos.-

Apenas Miguel les dejó, Unda se encaró con Carlos Arias.

- ¿No está enterado de nada?-

- No. Para nada. Nicolasa tampoco.-

- Has sabido llevar bien el asunto.-

- Así es, Felipe. Sus hijos serán sus hijos…. Y serán mis nietos.-

- Supiste llevar bien el asunto. La madre de Nicolasa….-

- Murió hace cinco años, un mes después que te marchaste a adquirir esas tierras por los lados de Caracas. Nunca quiso decirle la verdad a Nicolasa. Y la verdad yo no hice mucha fuerza para que lo hiciera. Es mi hija, y creo que lo que hice fue mejor.-

- Desde luego, ¡joder! No pudo salirte mejor.-

- Ese negro Miguel me cayó como del cielo.-

- Te cayó de Panaquire, para ser más exacto. Por allá averigüé lo que me encomendaste. Todos se olvidaron de aquel episodio. La muchacha esa. Luisa, no parió, perdió a la criatura, al menos eso dicen.-

- Entonces, las cosas seguirán su curso felizmente. Gracias por todo, Felipe.-

- No hay de que, Carlos. Ya ves que los peninsulares no somos una mierda como dicen por acá.-

Por un largo rato hablaron de cosas relacionadas con la ganadería, el cacao, las restricciones de Madrid con los amos del Valle de Caracas que se extendían a toda la Capitanía, el comercio con México y España, y con las horas la reunión se fue decayendo. Felipe Unda se retiró ya cerrada la noche. El amo Arias discretamente se retiró a sus habitaciones mientras los negros de la hacienda y los isleños, entre el beber y comer reían y desgranaban sus vivencias.

Antes de cerrar la puerta de la casa vio a lo lejos a Miguel y a Nicolasa compartiendo con los negros y los isleños. Eran felices, riendo y abrazados frente a los presentes.

El amo Carlos, sonriendo satisfecho, cerró la puerta tras de sí.

Afuera, la vida continuaba….

Julio Cesar Guanipa
Puerto Cabello Mayo, 27 2014


Responsable Ilustración: Grisseld Lecuna B

Corrección de estilo: Grisseld Lecuna B

No hay comentarios:

Publicar un comentario