martes, 14 de mayo de 2019

DEL PUERTO DE MI NIÑEZ

De la pluma de mi amigo y colega Julio Cesar Guanipa, les dejo esta interesante memorabilia de su añorada época de niñez y juventud en nuestra querida ciudad de Puerto Cabello.

En el año 1.950, con apenas 4 años de edad, me abría paso en aquel mundo de fantasía que se descubría ante mis ojos. Con pasos vacilantes, y con la curiosidad propia de un niño recién llegado a la vida, me aventuraba dentro de los escasos límites de aquel mundo bajo la inquisitiva y vigilante mirada de mis padres y la actitud tolerante y condescendiente de mis otros 3 hermanos. La casa materna estaba situada en el viejo lote 27 de la aún nueva Urbanización Rancho Grande.

Inauguracion de la Iglesia La Coromoto. Años 50's
Con la Iglesia La Coromoto al frente, salvando la Avenida Juan José Flores y al frente de la galería de cerros que derramaba las faldas de sus alcores desde Rancho Chico hasta Los Polvorines en el sector del Trincherón. Nuestra casa, pues, hacía frente con la calle plaza; seca y polvorienta, cara a cara con la bodega de Don Juan Colina, donde moraba con su esposa Graciela y su pequeño hijo Juancito, mi primer amigo de infancia.

El tiempo desgrano más amigos a mí alrededor; Nelson, Oswaldo y Daruith Díaz, hijos del Señor León Díaz, el cual tenía una bodega más adelante. También estaba Eudo Navas hijo de un señor que era gandolero como mi padre..... Por el otro lado del lote estaban la familia Laartez, La Señora Luisa Elena, su hija Carmen Elena y sus hijos Ramón, Raúl, Genaro y Julio Laartez, el Señor Osuna y el Señor Ramón González; Y un vecino que merece un capitulo aparte: El Señor Veliz y su esposa Petrica, a él le apodaban Pichincha.

En esos viejos días de infancia recuerdo con nostalgia los fines de semana cuando llegaba a un lado de la Escuela José Ramón Pelayo, una furgoneta de la Colgate Palmolive a proyectar películas de dibujos animados, peleas de boxeo de la época y entonces nos acercábamos cada uno con su banquito o silla de lona y los parados atrás para no estorbar y acompañábamos ese sano momento con las empanadas de la Señora Cruz.

El humilde arte culinario de la Señora Cruz era como un sello del buen porteño. Todas las tardes, a partir de las 5 de la tarde, con metodología cotidiana, religiosamente, sacaba sus sartenes, calderos, su masa ya preparada, sus guisos y en silencio comenzaba a freír sus exquisitas empanadas, las inseparables manducas, sus papas rellenas y junto con el grato aroma de su cocina, comenzaba a llenarse de sus clientes de todas las noches el porche de su casa..

Sra. Cruz, que manda a decir mi mama que le mande cuatro de carne molida y tres manducas"...Buenas noches, doñita, me despacha dos de esmechada que ya la película esta empezando"... Y la Señora Cruz, sonriendo, atendía en silencio a su nutrida clientela. Y la noche se llenaba de gratos colores, entre las empanadas de la Señora Cruz y las películas de Tito Guizar del proyector de la Colgate-Palmolive. Las empanadas costaban una locha.

Y el Puerto siguió cabalgando en las páginas del recuerdo esta vez con las comparsas familiares del Sr. Pichincha. El Señor Veliz (Pichincha), tuvo una familia numerosa. Con dedicación y mucho amor junto con su esposa Petrica levantó a su prole a fuerza de amor, trabajo y de un espíritu festivo inigualable. 

Al llegar los carnavales se dedicaba por entero a improvisar su pequeña carroza que con su primera hija la inicio con el coche donde la paseaba, y el tiempo paso y las carrozas junto con las comparsas y los hijos fueron creciendo, comparsa de marineros, de las Makeeba, en fin, su imaginación no tenia límites. Buen padre, trabajador, pequeño empresario, laboró hasta mas allá de sus ochenta años hasta que un día decidió dejarnos para irse con sus carrozas a los predios del Creador.

Y me faltaría tiempo para hablar de los dulces de la Sra. Namías a las puertas de las escuelas, de mis días de “Escuelita paga”, como les decían antes, con mis maestras Doris Guaita, la hermana de Rosalba, Isbelia Malenche y su anciana madre, la Señora Elvira, La maestra Sarita en el lote de la Bodega del Señor Juan Torbett, en fin, recuerdos que a mis 73 años me hacen decir...No he vivido en vano...Hasta otro día.

Julio Cesar Guanipa

Corrección de estilo: Grísseld Lecuna G/B
Responsable Ilustración: Grísseld Lecuna G/B    


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