De mi amigo y colega, el escritor porteño Julio César Guanipa, les obsequio la historia de estos dos recordados personajes que alguna vez en alguna época deambularon por las calles de mi Puerto Cabello; El loco Eloy y Copey.
Delirios de Caminates
Cuando Eloy deambulaba por las calles
de los días de mi niñez, ya Copey –Bernabé Croquer, así se llamaba – era un
tarajallo. Ambos tenían su mundo medido, por lo que limitado de sus horizontes
y por lo simple de su visión de la vida. Eloy, la Calle Plaza, Valle Seco y de
vez en cuando se aventuraba por los lados de Playa Blanca. El horizonte de
Copey era algo más amplio. Caminaba a paso alegre el Puerto Cabello de aquellos
años sin rumbo aparente. Rancho Grande, La Concordia, Los Muelles. Sus límites
eran más amplios, hacia los lados de Anauco, si era necesario, calle por calle,
lo veían pasar acompañado de sus ideas, refugiado en sus pensamientos. Eloy de
verbo pacífico, inofensivo, con su Bolívar a cuestas y con mirada puesta en el
no sé dónde de sus recuerdos perdidos. Amigo de zaguanes y de la sombra de los
árboles, donde esperaba tranquilo con paciencia misionera la ayuda del vecino
que le ofrecía comida, agua y la caridad gitana y espontanea del afecto
pueblerino hacia el desvalido.
Candidato presidencial Lorenzo Fernández de campaña en Puerto Cabello, a su lado Bernabé Cróquer el célebre Copei... |
Eloy era más callado. Introvertido.
Su extraviada filosofía era más simple. Su andar continuo de rachas cortas, y
su fabla incoherente que encontraba una luz al final de su retórica, entre los
retazos de su parlamento al ídolo de su behetría intelectual: al Libertador.
Entonces, entre leco y leco le invocaba
autoritario, exigiendo su presencia para acabar con la dictadura. Eran los días
duros del Perejimenismo. Y haciendo
camino e hilando palabras se perdía ya entrada la tarde camino a Valle Seco.
Copey, con paciencia de Cartujo, en
su constante caminar, entre saludos displicentes de sus conocidos, las brujas y las gamberradas de los muchachos continuaba su
andar con paciencia de Quijote, con la mirada fija en la nada, amigo de
velorios y discursos, y con una resistencia pétrea, inconmovible para soportar
loe epítetos despectivos que alguno de los oyentes pudieran encajarle –Copey,
por la Alcantarilla hay un velorio- ¿Quién es el muerto? - ¿Quién es la viuda?
– Daba pésames, consolaba a los dolientes, compartía cortas palabras con los
presentes, y luego indiferente se marchaba. Desentonaba. El contraste de su
aspecto era evidente, así era él. Con pantalones raídos, con camisa o franela y
enfundado en un paltó de color indefinido, pasaba entre la concurrencia
acompañado del sonido áspero del chaz - chaz, de sus pies descalzos al deslizarse
por el piso.
Copey era abierto en su trato al
saludar. Eloy, traslucía timidez y con sonrisa pálida y desganada lo decía
todo. Invariables en el tiempo, en su conducta, quedaron sembrados en el
carnaval de historias y anécdotas de la ciudad. El folklore porteño los hizo
suyos y les hizo un espacio en sus páginas de crónica pueblerina.
Mis padres emigraron a Maracaibo,
pues la dictadura arreciaba en su violencia contra aquellos que se les oponían.
Para nosotros, diseminados entre la familia, en el centro de Maracaibo, Monte
Claro y Bachaquero, fueron días de apremio en donde el solicito afecto de
nuestra Tía Antonia y mi tío José, morocho con mi papá se multiplicaban en
caridad para estirar el escaso presupuesto para paliar nuestras angustias.
Sopas humildes, viandas escasa y… caujil era nuestro menú.
Pero sobrevivimos, y en el año de
1957 regresamos al Puerto. De nuevo con los amigos de infancia, y nuestro padre
halló algo de respiro en sus correrías clandestinas contra la dictadura. El 23
de Enero del 58, cae el dictador y comienza una nueva etapa en la vida de la
república.
Eloy, víctima de los esbirros de la
SN, muere asesinado el 22 de Enero de ese mismo año, en un oscuro calabozo de
la Seguridad. Debió de haber enfrentado la muerte con la misma serenidad con
que caminó por las calles de su universo, pensando, quizás en pacifica entrega,
“solo soy uno más en el camino”.
Copey, sobrevivió a la barbarie. Y su
imagen, iconoclasta e ingenua permaneció durante toda la década de los 60. Al
igual que Eloy, se refugió en su vida simple y sencilla, inmerso en sus ideas y
en su fabla incoherente, a ratos, y en su vida hecha retazos, manejando su
propia lógica, como Eloy, tirándole capotazos a las cornadas duras de su
existencia, con el corazón lleno de simplezas y serpentinas de esperanzas.
Julio César Guanipa
Puerto cabello, Mayo 2014
Grísseld LecunaGarcia/Bavaresco