La
prostitución como problema social ha sido durante todos los tiempos de sumo
interés, no solo desde el punto de vista de insalubridad, sino en los aspectos
que involucran a los seres humanos: sociológicos, criminológicos y a veces
jurídico. Y es tan antiguo que algunos investigadores
consideran que tuvo su origen cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso
terrenal. Desde ese instante comenzó el desajuste en la naciente humanidad.
Puerto
Cabello al igual que otros puertos del mundo no escapó a este remolino de la prostitución,
en donde la migración rural-urbana hace que
la mujer llegue a la ciudad con aspiraciones difíciles de alcanzar, encontrándose con que
sus sueños están muy lejos de la realidad; lo cual la hace caer en la miseria y
el hambre, llevándola fácilmente a la prostitución. Sin embargo otras se
trasladaban al puerto ya que las excelentes condiciones que ofrecía esta zona
era una de las mejores pagas, con la presencia de numerosos burdeles con
clientela segura.
En
la cuarta década del siglo pasado, Puerto Cabello contó con un índice de
prostitución concentrados en lenocinios, mabiles o burdeles legítimamente
establecidos en áreas urbanas, sin contabilizar hoteles, pensiones y casas de
citas de baja categoría, que servían de
actividades a mujeres y tratantes de
dudosa conducta.
Fue
así como durante los años 1942 a 1944 fueron
censadas en negocios incluyendo hospedajes, pensiones, vecindades, entre
otras, un total de 2.152 prostitutas procedentes de diversos lugares del país, en su mayoría de áreas
urbanas y suburbanas, clasificándose por edades y nacionalidad.
Finalizada
la Segunda Guerra Mundial arribaron a este puerto lotes de mujeres procedentes de España, Italia, Francia y
otros países europeos, que unidas a las cubanas, dominicanas, colombianas,
argentinas y de áreas del Caribe, invadieron el mercado con mejores promociones
en el arte del amor.
LOS BURDELES SE INICIARON EN
LA
VIEJA CIUDAD
En
el sector de la alcantarilla funcionaron varios burdeles, regentados algunos,
por veteranas con amplios conocimientos en la materia, las cuales se encargaban
directamente de la selección del material humano.
En
la zona urbana se encontraban dos burdeles, el bar “El Canarí”, de Cecilio
González, situado en una casona propiedad de la sucesión Dávila. Y el otro era “La Chaumier”,
regentado por una sexagenaria colombiana
de nombre Elisa. Pero el más famoso era el de Martin Guedez
MARTIN GUEDEZ Y SU
“LUCES DE
BUENOS AIRES”
Este
burdel ubicado en la calle Urdaneta, cerca a la esquina de la alcantarilla,
donde su propietario Martin Guedez, para algunos de su entorno era Don Martin,
estaba rodeado de cierta popularidad en el ambiente donde se desplazaba.
El
amplio salón de este burdel congestionado de clientes invadido por la música de
la moderna rockola con sus luces multicolores donde algunas parejas pretendían
lograr el antídoto a sus males de amor. Una obesa cincuentona esmeraba
atenciones a clientes consumiendo licor: por su veteranía en el oficio que
desempeñaba, la identificaban como la “Reina Celestina”.
Martin
Guedez, tenía fama de hombre rico y a pesar de no contar con formación
intelectual o de alta o baja cultura, se conocía que en algunos sectores de
clase media con problemas económicos, acudían con la mano extendida hacia este
sujeto, cuya fortuna provenía del comercio de la prostitución, solicitando
ayuda a sus problemas.
LAS CUATRO ESQUINAS
El
área colonial del viejo puerto estaba tomada por el irregular comercio de la
prostitución, sobre todo en inmuebles que carecían de mínimas condiciones
sanitarias, ubicadas en las calles Municipio, Anzoátegui, Colón, Heres, Zea y
Salóm. Negocios regentados por proxenetas extranjeros, dotados de expendios de
licores y habitaciones insalubres alquiladas por tiempo cronometrados
establecidos previamente.
Pero
en la popular Cuatro Esquinas, que constaba de las calles Anzoátegui,
Municipio, Heres y Salom, vecina a la
zona portuaria, funcionaban burdeles con solida clientela y mujeres jóvenes
reclutadas en pueblos vecinos. Estos mabiles o burdeles, como se les conocía, contaban
con adecuadas habitaciones, sólo alquiladas con tarifas especiales.
EL DANCING “NUEVA YORK”
De
este bar, se comenta que era el sitio preferido para el anclaje de marinos
procedentes de diversos puertos del mundo. Para alegrar los espíritus
traumatizados, el dancing Nueva York estaba provisto de finos licores, que le
hacían compañía al propietario Ron Víctor Díaz.
Un
negrito trinitario saxofonista, poliglota, humorista y charlatán, conocido como
“puya y media”, hacia vibrar su instrumento para encender las caderas con una
magia contagiosa que invadía todo el local.
“EL FOX TROX”
Frente
al Dancing “Nueva York “, y con su mismo estilo, funcionó este burdel,
regentado por una veterana identificada como la “Madama”, aunque era más
criolla que la arepa pelada, pues era oriunda de una aldea paraguanera.
Su
ubicación cercana al puerto y a un conjunto de establecimientos ofreciendo la
misma mercancía, se transformó en el punto de convergencia en solicitud de
lugares recreativos sexual, ya que cada uno contaba con un buen número de
mujeres, música y licores. Además contaban con la debida protección de
vigilantes oficializados, entrenados en el arte del soborno y el chantaje.
“PELE EL OJO”
Era
un burdel refugio para el placer, de una clase social difícil de ubicar en el
medio humano divorciado por completo de fronteras convencionales, en la cual
hombres y mujeres amalgamaban sus deseos de disfrutar el presente.
Rameras
y clientes se confundían en el bullicio
de la noche. El grito de mesoneros pidiendo atención al encargado del bar; la
vieja rockola con sus melodías que nadie escucha y el penetrante olor a licor
barato, le daban al lugar fisonomía diabólica. Por eso lo bautizaron como “Pele
el ojo”, por si acaso.
“MIAMI”
El
bar “Miami”, era un burdel popular regentado por Petra Pérez (Hermana de
Maisanta y Tia-bisabuela del Comandante Chávez). Situado en la calle Municipio
cerca de la conocida “Cuatro Esquinas”.
Petra, su dueña, era una persona de contagiosa cordialidad y fácil para hacer
cariño hipotecándole su afecto.
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Bar Miramar |
El
Miami no ofrecía las mismas condiciones de otros establecimientos, debido a que
el área ambiental: salón de baile, bar, espacio de músicos y zona para el
desenvolvimiento normal del creciente clientelismo era sumamente incomodo. La tarifa establecida era cinco bolívares por
hora. Antes del Miami, Petra tenía un almorzadero que luego convirtió en el
Miami. Ya para los años 60-70, contaba solo con un bar de mala muerte llamado
Miramar en la zona de las cuatro esquinas.
“EL NIDO DE LOS PLACERES”
En
la calle Municipio, existía una vieja casona de dos plantas. En la parte baja era
el sitio de diversión dotado de expendio o bar con bebidas alcohólicas, música
adecuada para el ambiente y mujeres de diversas edades para todos los gustos,
según la promoción de un sujeto lusitano con cara de pirata caribeño.
La
planta alta, bautizada como el “Nido de los placeres“, que contaba con ocho
pequeñas habitaciones, en un ambiente divorciado de condiciones mínimas para
ostentar ese nombre.
“Y VOLARON AL CAMBUR”
En
los primeros meses de año 1949, en el inicio del gobierno de Marcos Pérez
Jiménez, un coronel retirado de apellido Meléndez, ejerciendo funciones de Jefe
Civil del Distrito, impartió una orden drástica pero muy saludable, de
erradicar de la ciudad los negocios dedicados al comercio de la prostitución;
clausura de establecimientos y severas sanciones para los transgresores de
aquella disposición.
Los
antiguos burdeles de las cuatro esquinas y otros cercanos al puerto, así como los de la
zona de la Alcantarilla, calle Juncal, Urdaneta, Sucre, Mariño y barrios
adyacentes, dieron cumplimiento a la estricta Ordenanza Oficial y mudaron sus
negocios del área urbana, instalándose en el Municipio Democracia a un sector
vecino a la población de El Cambur.
Es
así como los burdeles en su nueva zona germinaron y crecieron, algunos con sus
mismos nombres, otros fueron cambiados: “Aurora”, “Luces de Buenos Aires “,
“Barrera”, “Niña”, “Madrigal”, “Copacabana”, “Miami”, “Sol y Sombra “,
“Llanera” y el “Florida”, regentado por tratantes de blancas, portugueses,
españoles, italianos y algunos aprendices de chulo venezolanos. El material
humano que ofrecían procedía de diversos países, la mayoría sin documentación
reglamentaria, pero debidamente protegidas por “padrinos” de turno.
Grísseld LecunaG/Bavaresco
Fuente:
Dao, Miguel Elías.
La prostitución en Puerto Cabello. Un drama social.
Italgrafica,
S.A. Puerto Cabello 1994
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