viernes, 17 de mayo de 2019

KAFKA Y LA NIÑA DEL PARQUE


Uno de los episodios más entrañables y desconocidos de la vida de Franz  Kafka, que nos demuestra que no sólo fue un excelente escritor sino una persona con una gran sensibilidad, tuvo lugar en un parque de Berlín, durante el último año de vida de este  atormentado autor.

Se desconoce la identidad de la niña, de la muñeca, y de  las cartas originales que nunca aparecieron. Sin embargo, el prolífico autor Jordi Sierra se atreve en su novela Kafka y la muñeca viajera a recrear la situación, a reescribir las cartas perdidas y a tratar de descubrir los motivos por los cuales se embarcó Kafka en tan singular aventura.

Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una experiencia muy insólita. Paseando por el parque Steglitz, en Berlín, se encontró a una niña llorando desconsolada: había perdido su muñeca.

Kafka se ofreció a ayudar a buscar a la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar. Incapaz de encontrar la muñeca; él se pone inmediatamente a inventar un cuento para explicarle lo que ha pasado. Así pues compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron.

“Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. La muñeca promete entonces a la niña que le escribirá todos los días y la mantendrá al corriente de todas sus actividades…”- Este fue el comienzo de muchas cartas.

Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca. La niña fue consolada. 

Dora, la compañera de Kafka, dice que escribía cada frase prestando una tremenda atención al detalle, que la prosa era amena, precisa y absorbente. 

En otras palabras, era su estilo característico, y a lo largo de tres semanas Kafka iba diariamente al parque a leerle las cartas a la niña. 

La muñeca crece, va al colegio, conoce otra gente. Sigue dando a la niña garantías de su afecto, pero apunta a determinadas complicaciones que han surgido en su vida y hacen imposible su vuelta a casa. 

Poco a poco, Kafka va preparando a la niña para el momento en que la muñeca desaparezca de su vida por siempre jamás. 

Entonces procura encontrar un final satisfactorio, pues teme que, si no lo consigue, el hechizo se rompa. Tras explorar diversas posibilidades, finalmente se decide a casar a la muñeca. 

Franz Kafka
Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, todavía guardaba la muñeca que Kafka le había obsequiado, la tomó y sin querer encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca. En resumen, la carta decía:
” Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“.


Grìsseld LecunaG/Bavaresco


martes, 14 de mayo de 2019

DEL PUERTO DE MI NIÑEZ

De la pluma de mi amigo y colega Julio Cesar Guanipa, les dejo esta interesante memorabilia de su añorada época de niñez y juventud en nuestra querida ciudad de Puerto Cabello.

En el año 1.950, con apenas 4 años de edad, me abría paso en aquel mundo de fantasía que se descubría ante mis ojos. Con pasos vacilantes, y con la curiosidad propia de un niño recién llegado a la vida, me aventuraba dentro de los escasos límites de aquel mundo bajo la inquisitiva y vigilante mirada de mis padres y la actitud tolerante y condescendiente de mis otros 3 hermanos. La casa materna estaba situada en el viejo lote 27 de la aún nueva Urbanización Rancho Grande.

Inauguracion de la Iglesia La Coromoto. Años 50's
Con la Iglesia La Coromoto al frente, salvando la Avenida Juan José Flores y al frente de la galería de cerros que derramaba las faldas de sus alcores desde Rancho Chico hasta Los Polvorines en el sector del Trincherón. Nuestra casa, pues, hacía frente con la calle plaza; seca y polvorienta, cara a cara con la bodega de Don Juan Colina, donde moraba con su esposa Graciela y su pequeño hijo Juancito, mi primer amigo de infancia.

El tiempo desgrano más amigos a mí alrededor; Nelson, Oswaldo y Daruith Díaz, hijos del Señor León Díaz, el cual tenía una bodega más adelante. También estaba Eudo Navas hijo de un señor que era gandolero como mi padre..... Por el otro lado del lote estaban la familia Laartez, La Señora Luisa Elena, su hija Carmen Elena y sus hijos Ramón, Raúl, Genaro y Julio Laartez, el Señor Osuna y el Señor Ramón González; Y un vecino que merece un capitulo aparte: El Señor Veliz y su esposa Petrica, a él le apodaban Pichincha.

En esos viejos días de infancia recuerdo con nostalgia los fines de semana cuando llegaba a un lado de la Escuela José Ramón Pelayo, una furgoneta de la Colgate Palmolive a proyectar películas de dibujos animados, peleas de boxeo de la época y entonces nos acercábamos cada uno con su banquito o silla de lona y los parados atrás para no estorbar y acompañábamos ese sano momento con las empanadas de la Señora Cruz.

El humilde arte culinario de la Señora Cruz era como un sello del buen porteño. Todas las tardes, a partir de las 5 de la tarde, con metodología cotidiana, religiosamente, sacaba sus sartenes, calderos, su masa ya preparada, sus guisos y en silencio comenzaba a freír sus exquisitas empanadas, las inseparables manducas, sus papas rellenas y junto con el grato aroma de su cocina, comenzaba a llenarse de sus clientes de todas las noches el porche de su casa..

Sra. Cruz, que manda a decir mi mama que le mande cuatro de carne molida y tres manducas"...Buenas noches, doñita, me despacha dos de esmechada que ya la película esta empezando"... Y la Señora Cruz, sonriendo, atendía en silencio a su nutrida clientela. Y la noche se llenaba de gratos colores, entre las empanadas de la Señora Cruz y las películas de Tito Guizar del proyector de la Colgate-Palmolive. Las empanadas costaban una locha.

Y el Puerto siguió cabalgando en las páginas del recuerdo esta vez con las comparsas familiares del Sr. Pichincha. El Señor Veliz (Pichincha), tuvo una familia numerosa. Con dedicación y mucho amor junto con su esposa Petrica levantó a su prole a fuerza de amor, trabajo y de un espíritu festivo inigualable. 

Al llegar los carnavales se dedicaba por entero a improvisar su pequeña carroza que con su primera hija la inicio con el coche donde la paseaba, y el tiempo paso y las carrozas junto con las comparsas y los hijos fueron creciendo, comparsa de marineros, de las Makeeba, en fin, su imaginación no tenia límites. Buen padre, trabajador, pequeño empresario, laboró hasta mas allá de sus ochenta años hasta que un día decidió dejarnos para irse con sus carrozas a los predios del Creador.

Y me faltaría tiempo para hablar de los dulces de la Sra. Namías a las puertas de las escuelas, de mis días de “Escuelita paga”, como les decían antes, con mis maestras Doris Guaita, la hermana de Rosalba, Isbelia Malenche y su anciana madre, la Señora Elvira, La maestra Sarita en el lote de la Bodega del Señor Juan Torbett, en fin, recuerdos que a mis 73 años me hacen decir...No he vivido en vano...Hasta otro día.

Julio Cesar Guanipa

Corrección de estilo: Grísseld Lecuna G/B
Responsable Ilustración: Grísseld Lecuna G/B    


sábado, 4 de mayo de 2019

EL GUSANO, EL ESCARABAJO Y LA AMISTAD


Aquí les dejo una parábola que habla de la amistad y de las malas influencias..


El Gusano y El Escarabajo  eran amigos y se pasaban charlando largas horas.

El escarabajo estaba consciente de que su amigo el gusano era muy limitado en movilidad, tenía visión muy restringida y era muy tranquilo y pasivo comparado con los escarabajos.

El gusano, por su parte, estaba muy consciente de que su amigo el escarabajo venía de otro ambiente, y de que, en comparación con los gusanos de su especie, comía cosas desagradables, era muy acelerado, tenía una imagen grotesca y hablaba con mucha rapidez.

Un día los amigos del escarabajo empezaron a meterle ideas en la cabeza; “Tú siempre caminas mucho para ir a ver al gusano, pero él nunca viene a ti y a veces ni te saluda”.

Pero el escarabajo estaba consciente de que, debido a lo limitado de su visión, el gusano muchas veces ni siquiera veía que alguien lo saludaba, y, si acaso llegaba a notarlo, no distinguía si era o no el escarabajo, y por ello no contestaba el saludo.

Sin embargo, el escarabajo calló para no discutir con sus compañeros. Pero fue tanta la insistencia y tantos argumentos cuestionando la amistad, que el escarabajo decidió poner a prueba esa amistad alejándose del gusano para esperar a que éste lo buscara. 

Pasó el tiempo.

Y un día llegó la noticia de que el gusano estaba muriendo, pues su organismo se había resentido por los esfuerzos que cada día hacía para ir a ver a su amigo el escarabajo y, como no lo conseguía durante toda una jornada diurna, el gusano tenía que devolverse sobre sus pasos para pasar la noche en el refugio de su propia casa.

Al saber esto, el escarabajo decidió ir a ver al gusano. 

En el camino se cruzó con varios insectos que le contaron de las diarias en infructuosas peripecias del gusano para ir a ver a su amigo el escarabajo y averiguar qué le había pasado.


Le contaron de cómo se exponía día a día para ir a buscarlo, pasando cerca del  nido de los  pájaros. De cómo sobrevivió al ataque  de las  hormigas, y así sucesivamente.


Llegó el escarabajo hasta el árbol donde yacía el gusano esperando ya el momento final. Y al verlo a su lado, el gusano, apenas con un hilo de vida, le dijo al escarabajo cuánto le alegraba ver que se encontrara bien.

Sonrió por última vez y se despidió de su amigo sabiendo que nada malo le había pasado a éste.

El escarabajo sintió vergüenza por haber permitido que las opiniones de otros minaran su amistad con el gusano, y sintió dolor por haber perdido las muchas horas de regocijo que las pláticas con su amigo le proporcionaban y, sobre todo, por haberle puesto en una situación que le causó la muerte.

Al final entendió que el gusano, siendo tan diferente, tan limitado y tan distinto de él, era su amigo, a quien respetaba y quería porque, a pesar de pertenecer a otra especie, le había ofrecido su amistad.

Y así aprendió varias lecciones ese día:

1)  La amistad está en ti y no en los demás. Si la cultivas en tu propio ser, encontrarás el gozo del amigo.

2)  El tiempo no condiciona las amistades. Tampoco lo hacen las razas ni las limitantes propias o las ajenas.

3)  El tiempo y la distancia no son los factores  que destruyen una amistad. La destruyen las dudas y nuestros temores.

4)  Cuando pierdes un amigo, una parte de ti se va con él. Las frases, los gestos, los temores, las alegrías, las ilusiones,… todo lo que ambos compartieron en el tiempo, se va con él.

El escarabajo murió poco después. Nunca se le escuchó quejarse de quien mal lo aconsejó, pues fue decisión suya el prestar oídos a las críticas sobre su amigo.

Si tienes un amigo no pongas en tela de juicio lo que él es, pues sembrando dudas cosecharás temores. No te fijes demasiado en cómo habla, cuánto tiene, qué come o qué hace, pues con ello estarás echando en saco roto tu confianza.


Reconoce la riqueza de quien es diferente a ti y, aún así, está dispuesto a compartir contigo sus ideales y temores.

No sé si eres el gusano y yo el escarabajo, o al revés, pero seguro que somos distintos y que nos movemos en planos diferentes.

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos“.

Grìsseld LecunaG/Bavaresco