La leyenda de Kópakonan es una historia aferrada a la remota isla de Kalsoy, una de las islas más septentrionales y aisladas de las Feroe. Son unos pequeños archipiélagos en el Atlántico Norte, entre Reino Unido, Noruega e Islandia. En ese lugar inhóspito, incomunicado y azotado por los fríos vientos del ártico creció un mito que ha llegado hasta nuestros días en forma de maldición: la de que todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar.
La leyenda de Kópakonan cuenta que todas las focas son personas que han decidido pasar su vida bajo las aguas del océano, enfundadas en su magnífica piel de foca. Una vez al año, en la Víspera de los Tres Reyes, estos seres regresan a la costa de Mikladalur para reunirse en una de las muchas cuevas que perforan sus acantilados. Allí, se desprenden de su piel de foca por una noche para volver a ser personas. En el calor de la hoguera, pasan toda la noche bailando y cantando hasta las primeras luces del alba.
Uno de los jóvenes de Mikladalur, que había oído hablar de esa mágica noche, se propuso espiar a las criaturas mientras disfrutaban de su noche. Escondido tras una roca, observó la forma en que estos seres llegaban a la orilla y se desprendían de su piel, dejándola bien escondida en los recovecos de la playa para no perderla. Una de las focas, bella como ninguna otra, dejó prendado al joven, que no dejó de observarla durante gran parte de la noche. El muchacho, sabedor de que con las primeras luces del amanecer ella se marcharía, decidió robarle la piel de foca que había escondido detrás de unas rocas en la entrada de la cueva.
Con las primeras luces del alba, cuando todos estos mágicos seres volvían a ataviarse con su piel para volver al océano, la joven descubrió la treta del muchacho. Al ver al chico se acercó a él claramente irritada, pero el joven echó a correr colina arriba en dirección al pueblo. La joven, obligada a recuperar su piel, persiguió al muchacho hasta la villa sin éxito. Exhausta, no tenía más remedio que esperar a que el chico decidiese devolverle lo que era suyo. Pero el joven, conocedor de las historias populares, sabía que escondiendo la piel de foca de la joven bajo llave esta siempre estaría a su lado, sumisa y esperanzada en poder recuperarla algún día.
Los años pasaron y el muchacho se casó con la joven, con la que tuvo tres hijos. Mientras tanto, la piel de foca estaba bien custodiada en un baúl de la casa bajo llave, fuera del alcance de cualquier persona. El hombre, conocedor del riesgo que corría su matrimonio si la mujer encontraba algún día la llave, la llevaba consigo atada a su cinturón allí donde fuese.
Un buen día el marido salió a faenar con sus compañeros, ya que la pesca era la forma de vida que había heredado de sus ancestros de Mikladalur y de la isla de Kalsoy. En un momento de charlas con sus compañeros, echó mano a su cinturón para comprobar que la llave seguía en su sitio, como hacía siempre casi inconscientemente. Pero para su sorpresa, al tocarse la cintura no notó el tacto frío y rudo de la llave dorada que siempre colgaba de una de las hebillas de su cinturón… ¡Había olvidado la llave en su casa!
La leyenda de Kópakonan cuenta que el hombre, exaltado por temor a quedarse sin mujer por ese descuido, regresó rápidamente a Mikladalur. Al entrar a casa vio a los tres hijos que había tenido con la Seal Woman sentados en la cocina, en silencio y solos. Solos…!
La mujer había encontrado al fin su piel de foca. Con ella en la mano, caminó hasta la orilla de la playa rocosa de Mikladalur, melancólica por abandonar a sus pequeños pero feliz de regresar a su hogar. Antes de sumergirse de nuevo en el océano, miró por última vez la silueta sombría de Mikladalur al atardecer. Bajo el estruendo de una ola al chocar contra las rocas, se giró y desapareció en las profundidades del océano.
Grisseld LecunaG/Bavaresco
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