lunes, 17 de diciembre de 2018

EL ERROR QUE COMETEMOS ALGUNAS VECES DE HABLAR Y NO ESCUCHAR

No se si a ustedes les habrá ocurrido que en ocasiones tienes un amigo, o amiga que esta pasando por un mal momento o al contrario,  le paso algo estupendo y acude a ti, simplemente para comentarte, para que la escuches; Y al tratar de transmitirle ya sea un apoyo de consuelo o de alegría, te equivocas en la forma de hacerlo.  


A mi me ha ocurrido que a veces he sido victima de ello y en otras he sido la que cuenta lo ocurrido.

Quizás no nos damos cuenta, pero sucede frecuentemente, y es cuando tu amiga o amigo te comienza a narrar lo que padece y lo triste que se encuentra por alguna causa; y tú, como para paliar el sufrimiento, le cuentas algo parecido a lo que le esta ocurriendo, tal vez como para darle un alivio o consuelo de que ella no es la única que pasa por cosas así. Y no te das cuenta que ella lo que quiere es ser escuchada y no que le den consejos que tu misma sabes que no será ningún emoliente que aplaque su dolor.


Sobre este tema (y por ello hice el articulo), una muy querida amiga y yo conversábamos sobre eso, que a veces quieres que te escuchen y no que te den consejos, “que si lo quiero, lo pido y si no lo pido, no me lo des.” 

Pues, sucedió que a los días ella me envía un escrito de Celeste Headlee, que trataba sobre la conversación que habíamos tenido. El texto en cuestión se titulaba "The Mistake I Made With My Grieving Friend" (El error que cometí con mi afligida amiga). Ella me lo tradujo y trataba, muy brevemente, de un incidente que le sucedió con una amiga y ella envés de escucharla lo que hizo fue contarle una historia personal....Pero mejor les dejo el texto para que lo lean y saquen sus propias conclusiones. 




El error que cometí con mi afligida amiga

Una buena amiga había perdido a su padre hacía un tiempo. La encontré sentada sola, afuera de nuestro lugar de trabajo, sin moverse, con la mirada perdida en el horizonte. Estaba muy afligida y yo no sabía qué hacer. Es fácil decirle algo equivocado a alguien que está sufriendo por una pérdida y que se siente vulnerable. No se me ocurrió mejor cosa que empezar a hablar de cómo yo había crecido sin un padre. Le dije que se había ahogado en un submarino cuando yo tenía solo nueve meses y que siempre había lamentado su muerte, aunque nunca llegara a  conocerlo. Quería que supiera que no estaba sola, que yo había pasado por algo similar y podía entender cómo se sentía ella. 



Después de haberle relatado esta historia, mi amiga exclamó, con sarcasmo: “Fenomenal, Celeste, tú ganas. Nunca tuviste un padre y yo, al menos, pude pasar treinta años con el mío. Lo tuyo fue peor. Imagino que no debería sentirme tan triste porque mi padre haya muerto recientemente.”

Yo estaba sorprendida y avergonzada. No obstante, mi reacción inmediata fue la de defenderme.  “¡No! ¡No!” -exclamé-, “¡Eso no es lo que quise decir! Solo me refería a que sé cómo te sientes.”


Y ella me respondió: “No, Celeste, no lo sabes. No tienes ni idea de cómo me siento.”


Ella se fue. Yo me quedé allí, viendo cómo se alejaba y sintiéndome mal. Le había fallado a mi amiga. Quería consolarla y, en cambio, había hecho que se sintiera peor. Aunque, seguía pensando que ella había interpretado mal mis palabras. Al encontrarse muy triste, me había atacado injustamente, cuando yo, tan solo, trataba de ayudar. Pero, la realidad es que ella no había malinterpretado lo que yo había dicho. Entendió lo que estaba pasando, tal vez, mejor que yo.

Puede que hubiese intentado mostrar empatía hacia ella, al menos en un nivel consciente. Aunque, lo que realmente hice fue restar importancia a su dolor y dirigir la atención hacia mí. Mi amiga quería hablar conmigo sobre su padre y contarme cómo era; así, podría hacerme una idea de la magnitud de su pérdida. En cambio, le pedí que se detuviera por un momento y escuchara la historia sobre la trágica muerte de mi padre.



A partir de ese día, empecé a notar que, a menudo, respondía a lo que me contaban, con relatos acerca de mis propias experiencias. Mi hijo me contaba sobre un desencuentro con un niño en los Boy Scouts, y yo le hablaba sobre una chica con la que tuve problemas en la universidad. Cuando despidieron a una compañera de trabajo, le hablé sobre lo que a mí me sucedió cuando fui despedida unos años antes.

Cuando comencé a prestar más atención a la manera como la gente respondía a mis intentos de mostrar empatía, me di cuenta que el efecto de compartir mis experiencias nunca era el que yo quería. Lo que necesitaban todas esas personas era que los escuchara y me diera cuenta de lo que estaban sintiendo. En su lugar, los obligaba a escucharme y a comprender lo que yo les contaba sobre mí.



Ahora, trato de ser más consciente de mi tendencia a compartir historias y a hablar sobre mí misma. Trato de preguntar cosas que animen al otro a continuar hablando. También, he hecho un esfuerzo consciente por escuchar más y hablar menos.

Recientemente, tuve una larga conversación con una amiga que estaba pasando por un divorcio. Hablamos por teléfono durante unos cuarenta minutos, y casi no emití palabra. Al final de la llamada ella me dijo: “Gracias por tus consejos. Realmente me ayudaste a resolver algunas cosas.” La verdad es que no le había ofrecido ningún consejo. La mayor parte de las cosas que dije eran versiones de “suena difícil”, “lamento que estés pasando por eso”. Ella no necesitaba consejos o historias sobre mí. Simplemente necesitaba ser escuchada.


Muchas veces, lo que se necesita es un abrazo, una persona que nos escuche, un brindis por nuestra felicidad, un hombro sobre el que poder llorar…

Grísseld LecunaGarcía/Bavaresco

Fuente:
https://www.elle.com/life-love/a12656214/celeste-headlee-on-how-to-help-a-grieving-friend/
  
Gracias a mi amiga Cristina E. Santisteban por el envío y traducción del texto.

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