Recientemente
leí que un grupo de periodistas asistieron a un “bautizo”, o más bien a la
bendición de una bebé en un Templo Budista, y habían quedado impresionados con
las palabras del Monje, cuando señaló que para esa dulce niña, sus padres eran
sus Dioses. “Fueron ellos quienes la crearon
en un acto de amor, la hicieron a su imagen y semejanza, y la alimentarán y
protegerán hasta que ella esté en capacidad –de también- convertirse en una
Diosa, apta a su vez, de crear vida igual que sus progenitores”, afirmó el
religioso...
Anteriormente, hace unas décadas,
otro episodio les había quedado grabado. Un sacerdote católico y misionero –el
padre Pedro- se adentró junto a un grupo de exploradores en lo profundo del
Amazonas, en una piragua (pequeña embarcación amazónica) con un motorcito fuera
de borda, y entraron en contacto con un grupo aborigen que nunca había tenido
relación con seres provenientes de otros lares, ni con la tecnología que
representaban. Así, luego de los contactos iniciales por señas, ambos grupos
humanos se entendieron y se dispusieron a pasar la noche.
A la mañana
siguiente, los exploradores y el padre Pedro quedaron estupefactos cuando al
lado de la piragua, y del motor de la embarcación, había una ofrenda de frutas,
flores y alimentos provenientes de la selva. Obsequio que no estaba destinado
para ellos, sino para la piragua, mejor dicho, para el pequeño motor de la
piragua. Los aborígenes estaban convencidos que el motor ¡Era un ser viviente!
y una ¡Deidad!... Más tarde, explicarían que ellos creían que ese enviado de
los Dioses –el motor- había traído a sus navegantes como querubines para
favorecerlos y protegerlos.
La ofrenda fue porque suponían que el motor, o este diminuto “Dios” estaba enojado, y por ello bramaba o rugía,
haciendo referencia a cuando el motor estaba encendido.
Para los nativos, era imposible suponer que algo pudiera tener un sonido como un motor prendido y menos que se moviera por sí mismo, sin ser ¡un ente viviente!...
Estas historias traídas a
colación, no para comparar, sino para decir, cada quien tiene su Dios, no
importando como lo conciban –con todo respeto- son seres humanos que refirieron
lo que vieron pero acorde a los conocimientos que tenían para su era.
Un ejemplo, lo leemos en libros sagrados, "Dios hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches" (Libro de Jonás, 2:1). ¿Sería una nave submarina terrestre o una nave proveniente de otras partes o de otra
dimensión de espacio y tiempo?
Podríamos citar innumerables
casos presentes en incontables Libros Sagrados de diferentes credos religiosos.
Además de las historias escritas, o de tradición oral, que se conocen en
diversas culturas.
Pensar sobre esto es vital para
intentar comprender la dimensión de Dios, de una Conciencia y Presencia
Universal. Para comenzar a entender.
Quienes creemos en una Conciencia Universal, La Biblia y otros Libros Sagrados de distintas religiones, rememoran algunos encuentros con seres distintos a los humanos, pero en realidad no deidades, y mucho menos estos hechos no hablan del Creador.
En verdad, todos formamos parte
de Dios y todos fuimos hechos a su semejanza, por eso podemos crear pensamientos,
acciones, cosas, y como la Presencia o Dios, también crear vida, como bien lo
dicen los monjes budistas: Para los hijos, sus padres son sus Dioses.
Grisseld LecunaGarcia/Bavaresco
Fuentes:
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