Te presento a Juliane Koepcke. A fines de 1971, su avión había
estallado en el aire (la teoría es que fue impactado por un rayo) ella se
transformaría en la única sobreviviente del vuelo 505, Tenía solo 17 años y aún
le quedaban 11 días de subsistencia en la selva tropical de Perú. Sola, herida
y sin alimento la joven tuvo que poner en práctica todo lo que sus padres científicos
le habían enseñado sobre la biodiversidad y la jungla.
Juliane conocía perfectamente la naturaleza. Había pasado gran
parte de su vida rodeada de ella, y había acompañado en reiteradas ocasiones a
sus padres en viajes de investigación. Su madre era ornitóloga y su padre
biólogo. Ambos eran alemanes, se dedicaban a investigar la fauna peruana y
sudamericana.
Incluso, Juliane llegó a vivir ahí durante un año y medio junto
a sus padres antes del accidente. Esa experiencia le permitió conocer en
profundidad la selva, familiarizarse con los sonidos de los animales,
distinguir los peligros y orientarse. Todas habilidades que la salvaron cuando
su avión explotó.
El avión se había metido en una tormenta eléctrica. "Mi
madre y yo nos tomamos de la mano, pero no pudimos hablar. Otros pasajeros
comenzaron a llorar, llorar y gritar. Después de unos 10 minutos, vi una luz
muy brillante en el motor exterior a la izquierda. Mi madre dijo con mucha
calma: "Ese es el fin, se acabó" Esas fueron las últimas palabras que
escuché de ella.
Recién al día siguiente despertó. Era consciente de que había
sobrevivido a un accidente aéreo. El asiento de acompañante donde iba su madre,
estaba vacío. Gritó buscándola, pero sólo los sonidos de la selva le
respondieron. Juliane estaba totalmente sola.
"Tenía muchas heridas y no las sentía", indicó años
más tarde. Se había roto la clavícula y tenía algunos cortes profundos en las
piernas, aunque no eran lesiones tan graves. También, tenía roto un ligamento
de la rodilla, aunque podía caminar. Desde el suelo, oía a los aviones de rescate,
pero la vegetación era densa y no alcanzaba a verlos.
Solo tenía un vestido de verano y una sola sandalia. La otra, la
había perdido, al igual que sus anteojos. Con el calzado, Juliane se fijaba qué
había en el suelo delante de ella, a modo de bastón. "Las serpientes están
camufladas allí y parecen hojas secas".
Al cuarto día, oyó el sonido de un buitre y logró reconocerlo
gracias al año que había vivido en la reserva junto a sus padres. "Tenía
miedo porque sabía que solo aterrizan cuando hay mucha carroña y sabía que eran
cuerpos por el accidente", afirmó. La primera vez que vio un cadáver fue
en la selva. Eran tres pasajeros que tenían la cabeza hundida en la tierra. El
impacto del accidente había sido mortal.
Al décimo día de supervivencia, ya no lograba mantenerse en pié
y se dejó llevar por el río. "Me sentí muy sola, como si estuviera en un
universo paralelo lejos de cualquier ser humano", rememoró.
Como si se tratara del destino, divisó un barco, y cuando, advirtió que no era una alucinación sintió la adrenalina que le permitió erguirse. Siguió un camino que la llevó hacia una choza que tenía un techo de hojas, un motor y gasolina. "Tenía una herida en la parte superior del brazo derecho que estaba infectada con gusanos de aproximadamente un centímetro de largo.
Recordé que nuestro perro tenía la misma infección y mi padre le
había puesto kerosene, así que succioné la gasolina y la puse en la
herida", explicó la joven.
El dolor que sintió fue intenso, pero Juliane logró sacarse 30
gusanos del brazo y pasó la noche en el lugar.
Juliane con su madre y su padre. |
Al día siguiente oyó voces. Era el 3 de enero de 1972. "Fue como escuchar las voces de los ángeles", comparó.
Los tres hombres que la encontraron la atendieron, le dieron de comer y la llevaron de regreso a la ciudad.
Juliane se enteró más tarde de que su madre había sobrevivido al accidente, pero no a la selva.
Grísseld
LecunaG/Bavaresco
Fuente:
Historias de Leyendas. Leyendas & Mitos. Sobreviví
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