En un lugar no
imaginario, a orillas del mar Caribe, ubicado hacia el occidente de la Ciudad , existía un poblado al
pie de la montaña llamado San Esteban, donde, una vez que fallecía, se elegía
un nuevo jefe para la tribu, el cual debía luchar contra la bestia que habitaba
en el volcán del cerro el Café.
Todos esperaban que, tal y como era costumbre
en el pueblo, dedicase
sus esfuerzos a luchar contra esa gran bestia del cuerno de fuego,
el malvado ser que los atemorizaba desde hacía muchos años.
Cristóbal había prometido derrotar a la bestia, y aunque era un buen luchador, no
parecía mejor que los que habían fracasado antes que él.
La gente del pueblo calculaba que no duraría mucho más de un año como
jefe de esa zona, eso era más o menos el tiempo que se tardaba en preparar y
entrenar a un grupo de jóvenes para llegar hasta la cima del volcán, donde
vivía el terrible enemigo.
Hasta ahora
ninguno de los que habían llegado hasta allá, sin
importar lo valientes y fuertes que fueran, salían
airosos; ellos eran aniquilados en un
dos por tres.
Cristóbal no había preparado
ningún ejército, ni entrenó más de lo habitual, ni inventó nuevas tácticas de
lucha. Solo se
limitó a cambiar el pueblo de lugar, pues en verano la bestia acostumbraba
lanzar sus más feroces ataques, inundando todo con el abrasador
fuego de su cuerno. Toda la
población de San Esteban estaban muy preocupados y se hacían preguntas con las
miradas insistentemente.
Matteo uno de
los guapetones de la tribu, lo intercepto y le dijo que porque no luchaba, que
hiciera algo, que
fuera tan valiente y cumpliera con su destino como jefe.
Pero Cristóbal solo
se limitó a decirle: “Yo
venceré a la bestia cuando llegue el momento”.
Y así pasaron los años y no hacia nada. Cristóbal se convirtió en un anciano. Y
aunque la gente le respetaba como jefe, pues
su estrategia de ir cambiando de lugar al pueblo había permitido salvar muchas
vidas, todos le tenían por un perfecto cobarde.
Llegó el
invierno y una noche, cuando ya nadie esperaba que hiciera nada, Cristóbal
preparó a su grupo de guerreros. Lo hizo de pronto, sin avisar, en la noche mas
fría de esa estación de invierno. La nieve, rara en aquel pueblo, cubría el
suelo con una capa muy gruesa de hielo, y el
grupo tuvo
que marchar descalzo, con los pies helados, camino hacia
el volcán del cerro el Café, a toda prisa.
Junto a la cima del volcán encontraron la cueva de la bestia. Cristóbal entró decidido, mientras que a sus guerreros les ataco
el pánico y se quedaron afuera rezando del miedo. Al poco rato, no se escuchaba
nada dentro de la cueva, y decidieron entrar, y vieron al anciano de pie
junto a la bestia. Ésta estaba tendida en el suelo, temblando
y gimiendo, al borde de la muerte. Cristóbal y sus muchachos no tuvieron problemas para
apoderarse del cuerno de fuego y encadenar fuertemente a la bestia.
De vuelta al pueblo
de San Esteban, toda su gente deseaba que le relataran la aventura de cómo Cristóbal
y sus guerreros habían capturado a la bestia. Ni siquiera el bebé más pequeño
faltaba cuando el jefe inició su relato:
- Yo jamás había pensado luchar con algo tan abominable y
feroz, y hoy tampoco lo he
hecho.- dijo, creando un sentimiento de extrañeza entre los
que allí se encontraban.
Y continuó diciendo:
-¿Ninguno de Ustedes se fijaron en que la
bestia nunca atacaba en los peores días del invierno?, y que
después de alguna época especialmente fría, ¿su fuego no era
tan intenso, ni sus ataques tan temibles?-
-Todos estos años que he estado como su
jefe, he estado esperando una nevada como la que hoy sucedió, ya
que lo que necesitábamos no eran guerreros,
sino el frío.-
Tomo aliento y Prosiguió:
- Cuando llegamos al volcán, la bestia
estaba tan débil que no pudo ni luchar. Y ese fue el momento para acabar con
los años de luchas y muertes que acosaban a nuestro pueblo, ahora tenemos a la bestia y su cuerno de fuego a nuestro servicio.-
Todos aclamaron la inteligencia y sabia
estrategia de su anciano jefe. Le felicitaban quienes más le habían criticado y despreciado por su
supuesta cobardía. Y hasta Matteo quien era el más impaciente del
pueblo aprendió que, a veces, la paciencia puede llegar a ser mucho más útil que
la acción, aunque tengas que ser tan valiente que
permitas que te traten como un cobarde.
Grísseld LecunaGarcía/Bavaresco
“La paciencia ayuda a resolver
los problemas en el momento más adecuado, aunque a veces nos obligue a soportar
una gran presión”.
Tomada del libro:
La Fantasía Escrita En Unos Cuantos Cuentos. Editorial Madriguera. Pags. 29 al 34.
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